Capítulo 45

El frío helaba sus huesos; el hambre, el cansancio y la sed le causaban estragos y sus ojos estaban hinchados de tanto llorar. Miró a su alrededor y el ruido que se escuchaba horas atrás desapareció para alivio de ella. Ya había anochecido y Leela entendió que tenía que dejar de lamentarse y buscar una solución. Se levantó con sigilo en caso de que sus perseguidores la tuvieran vigilada y se acercó al límite del edificio. Las calles estaban casi desiertas y pocos carros transitaban por allí. Entonces, entendió que debía ser tarde. De varios saltos cayó sobre el polvoriento y frío concreto apoyándose de una de sus rodillas. Se levantó observando todo su alrededor y caminó por las oscuras y solitarias calles sin un rumbo fijo. No tenía a dónde ir ni a quien acudir. No conocía el lugar ni sabía dónde encontrar a Jing y n

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