Después de que me diagnosticaron lupus eritematoso sistémico en estado avanzado, el médico me recomendó internarme de inmediato.
Pero el tratamiento era carísimo. Salí del hospital con el informe en la mano y le marqué a mi esposo.
Llamé una y otra vez. Todas las veces, me mandó al buzón.
Con el corazón hecho pedazos, caminé directo al servicio funerario social.
—Hola... Quisiera arreglar algunos asuntos antes de irme —dije con calma, sin rodeos.
La empleada notó las manchas en forma de mariposa en mis muñecas, y la mirada se le suavizó al instante.
—Señorita, ¿viene sola? ¿No hay ningún familiar con usted?
Apenas terminó de hablar, la puerta se abrió de golpe.
Manuel entró a toda prisa con su hermanita adoptiva, Beatriz. Detrás de ellos venía mi hermano.
Antes de que pudiera decir una sola palabra, Manuel me soltó una bofetada delante de todos. Tenía la mirada encendida de rabia.
—¿Neta viniste hasta acá solo para armar un drama? ¿Te jode tanto que Beatriz tenga un poco de atención? Lisa, ya bájale, ¿no crees?
Me quedé paralizada, sin saber qué decir, sin poder moverme.
Fue al ver los globos rosados detrás de ella que lo recordé: hoy era la fiesta de cumpleaños de Beatriz.
Manuel incluso había pedido dos días libres para ayudarla a decorar el salón.
Y yo... yo, su esposa, con una enfermedad terminal, solo quería pedirle un poco de dinero para poder empezar el tratamiento.
¿Y qué recibí a cambio? Ciento ochenta y ocho llamadas ignoradas y esta bofetada.
Sentí cómo me ardían los ojos. Las lágrimas empezaron a correr sin freno.
Me llevé una mano a la mejilla, que seguía ardiendo por el golpe, y murmuré con la voz hecha trizas:
—Manuel, yo no...
—¿Todavía tienes cara para seguir mintiendo? —me interrumpió Gustavo, mi hermano, arrancándome el informe médico de las manos.
Lo hojeó sin interés y soltó una carcajada cargada de burla.
—¿Lupus? ¿En serio? Ni para inventar servís. ¿Sabes cuántas probabilidades hay de tener esa enfermedad? Una entre un millón. Felicidades, ya lograste lo que querías: arruinarle la fiesta a Beatriz.
—Desde chiquita andas con lo mismo: inventando cosas para que todos te miren. ¿Y ahora esto?
Mientras hablaba, levantó la mano, como si fuera a darme otro golpe. Pero Beatriz se adelantó y se puso en medio.
Tenía los ojos llenos de lágrimas, la voz temblorosa:
—Lisa, perdón, de verdad. Capaz no era el momento para la fiesta. Pero ya basta, ¿sí? No les sigas mintiendo. Están agotados. Si hace falta, yo doy un paso al costado... solo te pido que reacciones.
Manuel la abrazó enseguida. La acarició con ternura, le susurró que no era su culpa.
Y yo... yo sentí que el cuerpo se me volvía de plomo, que me faltaba el aire.
Un sabor metálico me subió por la garganta, y enseguida un hilo de sangre empezó a correrme por la nariz.
Sin mirar a nadie, me limpié con la manga y volví al mostrador.
—Por favor, necesito que todo lo relacionado con el funeral esté listo en tres días. No tengo familia.
Detrás de mí, escuché la risa seca de Manuel, cargada de desprecio.
—Lisa, todo este show fue solo para amargarle el cumpleaños a Beatriz, ¿no? En lugar de andar con lo de que estás enferma, mejor piensa en cómo vas a afrontar lo que viene. Yo no voy a estar ahí para salvarte.
Y se fue con Beatriz sin siquiera mirar atrás.
Cuando terminé de arreglar todo, regresé sola a casa. Me quedan tres días en este mundo.
Con lupus avanzado, sola, hice todos los preparativos para mi final.
Mientras tanto, las dos personas que más quise estaban allá, soplando velas y brindando con champaña... al lado de otra mujer.