Capítulo 8
Manuel no pensaba contestar, pero algo dentro de él —ese tipo de impulso que no se explica— lo llevó a presionar el botón y poner el altavoz.

—Buenas tardes, señorita. Queríamos saber si todavía está interesada en la parcela del cementerio que visitó. Con solo el cinco por ciento del monto podemos seguir reservándola para usted...

—¿Señorita? ¿Hola?

En cuanto escuchó la palabra cementerio, Manuel sintió un golpe seco en el pecho.

La voz le tembló cuando habló:

—Entonces... no lo escuché mal aquel día. Cuando fue al servicio funerario social, ya estaba decidiendo dónde quería que la enterraran.

Gustavo no se movió, los labios sin color. Alcanzó a murmurar apenas, con la voz apagada.

—Sí... estaba arreglando todo, pero no compró la parcela. No le alcanzaba la plata.

Y ahí se vino abajo. Lloró como si se le rompiera el alma en mil pedazos.

Gustavo le arrancó el celular de las manos a Manuel y gritó desesperado:

—¡Sí, la quiero! ¡Resérvenla ya mismo!

—Le fallamos tanto... Esto, al menos, e
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