Ni siquiera la dejó terminar.
Fuera de sí, Manuel agarró el cinturón y, sin pensarlo dos veces, lo descargó contra ella con toda la rabia acumulada.
El golpe seco retumbó en toda la casa.
La marca apareció al instante en el rostro de Beatriz.
Su cuerpo temblaba, los labios se le pusieron blancos, pero los ojos seguían ardiendo de ira.
En ese momento lo entendió: ya no podía esconderse detrás del papel de niña indefensa, ya no tenía refugio. Se había quedado sin salidas.
Se quedó quieta, sin decir palabra, buscando aferrarse a ellos como antes... pero esta vez, nadie le devolvió la mirada.
Manuel no se detuvo. Golpeaba con toda la rabia y el dolor, una y otra vez, sin pensar ni medir.
Esa noche, la mansión de los Ramos estuvo llena de gritos, crujidos y silencios cómplices. Nadie supo cuántas veces la azotó.
La castigaron como antes me castigaron a mí.
La encerraron en el cuarto más oscuro de la casa, sin comida, sin agua, sin celular. Le repitieron, una por una, las mismas "disciplin