Mil pedazos
Mil pedazos
Por: azulito
Prólogo

Diciembre, 03.

Suelto un suspiro y estaciono el auto frente al lugar. Mi corazón se siente chiquitito, mis ojos pican y siento un enorme nudo situarse en mi estómago con ahínco.

Ha pasado mucho tiempo.

Me recuerdo a mí misma para tratar de detener el maldito escozor en mi pecho, el jodido dolor que aún me invade aunque ya ha pasado prácticamente un año.

Debo hacer estó.

Debo dejarlo ir.

Y con ese pensamiento suelto el aire atascado en mis pulmones por la boca, para luego abrir la puerta del vehículo y salir antes de arrepentirme de hacer estó e irme como todas las otras veces que intenté venir. El aire golpea mi rostro con violencia, la baja temperatura me hace estremecer –Quizás también sean los nervios– con mis brazos rodeo mi cuerpo y trás otro suspiro empiezo a andar.

Mi vista está fija en mis zapatos negros, hacen un perfecto contraste con la pequeña capa de nieve bajo mis pies. Mantengo mi vista en ellos, porqué aún me sigue siendo doloroso mirar esté lugar, saber que él está aquí...

Cruzo la calle sin mucho cuidado, pues, casi no suele haber autos por aquí. La acera del otro lado me recibe y sólo entonces decido levantar la mirada de mis pies. Mi labio inferior tiembla y ya las lágrimas en mis ojos salen con pesadez.

El lugar está casi vacío, fueron muy pocas las personas que al igual que yo, decidieron venir al cementerio en un día tan frío como esté.

Con mis manos protegidas por guantes de lana seco mi rostro y otro suspiro abandona mis labios antes de seguir avanzando por las tumbas frías, solas e incluso abandonadas, con nieve que oculta los nombres en las lápidas, basura, flores marchitas...

El corazón late con premura en mi pecho, está tan acelerado que en ocasiones me corta la respiración, el dolor se hace cada vez más grande a medida que avanzo. Me sé el camino de memoria y no porqué venga mucho por aquí, de hecho; solo vine a darle el último y más doloroso adiós, el día que sepultaron su cuerpo bajo cuatro metro de tierra.

Automáticamente mis pies se detiene frente a la lápida con su nombre escrito, mis ojos se inundan más y el corazón se pone más pequeñito. Su tumba está limpia a diferencia de muchas otras, hay flores frescas en ella, y sé que es porqué Carmen ha venido en la mañana.

—Hola— susurro y mi voz sale entrecortada, rota...— Yo...yo siento mucho no haber venido antes— más lágrimas salen de mis ojos y sorbo mi nariz.— De verdad lo siento— seguí susurrando como sí en realidad estuviera hablando con él, con mi bestia... Con mi amor, en lugar de una tumba fría.— Es qué... Sigue doliendo mucho— un fuerte sollozo abandona mis labios y cierro los ojos con fuerza.

El nudo en mi garganta se hace más grande, mi cabeza empieza a doler por las lágrimas y mi corazón hecho pedazos parece estar duplicando esas piezas destrozadas.

—Quiero pedirte perdón, bestia— solté con la voz ahogada y me dejé caer sobre mis rodillas. La nieve bajo ellas incrementaba el frío, pero me importaba muy poco. Trato inútilmente de limpiar mis lágrimas y me senté sobre la parte trasera de mis piernas.— Perdóname por dejarte solo, por no correr y besarte antes de irme, perdóname por no recordarte lo mucho que te amaba... Lo mucho que sigo amandote.

Suelto aire por la boca, estó es muy difícil, es doloroso, me quema el pecho estar aquí, en su tumba, estar hablándole a su tumba...

—No entiendo porqué te traen flores— suelto una pequeña risita entre lágrimas tomando una de las rosas blancas con las que ví a Carmen salir del apartamento en la mañana.— Ni siquiera te gustaban para otra cosa que no fuera romperlas— susurré recordando las veces que lo veía arrancarle los pétalos a las flores que Carmen ponía de vez en cuando en la casa, o a las que él mismo me regalaba en mi cumpleaños.— Te extraño mucho, bestia— mi labio inferior tembló y más lágrimas salieron de mis ojos— No tienes una idea de lo mucho que te extraño.

Más sollozos salieron de mi boca. Del cielo caían pequeños copos de nieve y algunos caían sobre la lápida de la tumba, así que viendo mis manos temblar la sacudí hasta que el nombre volvió a quedar totalmente visible a mis ojos.

—Ha pasado casi un año desde...— con mis dedos arranco un pétalo de la rosa blanca y lo dejo caer sobre la lápida.— Desde que te fuiste dejando un enorme vacío en mí, en mi cama, en la vida de nuestra hija.— volví a limpiar mis lágrimas— Nos dejaste, dijiste que nunca lo harías y no cumpliste— otro suspiro abandona mis labios y nuevamente paso mis guantes de lana por mi rostro para quitar las lágrimas— pero supongo que hay cosas que se salen de nuestras manos...— esbozo una sonrisa que no llega a mis ojos.

No iba a superar jamás esté dolor, jamás podría hacerlo, jamás me permitiría hacerlo.

Alzo mi cabeza hacia arriba y suelto aire mientras fijo mis ojos en el cielo, no está nublado pero el día tampoco irradia luz, sólo es un día cualquiera de una mañana cualquiera de invierno. Las lágrimas resbalan por los costados de mi cara y cierro los ojos llenándome de mucha fuerza de voluntad para seguir aquí y no marcharme con todo el dolor en mi pecho a casa.

Quiero desahogarme con él, aunque no me escuche... aunque ni siquiera sea él realmente sino su tumba.

—Hey— dije con voz temblorosa, quería sonar bien, quería parecer fuerte; Una esposa que viene a visitar la tumba de se fallecido esposo un año después de su muerte. Debería haberlo superado hace mucho, sin embargo aquí estoy, llorando tanto o más que el día de su sepultura.— ¿Sabes que hace un mes se venció el contrato con James Evans? Lo hice muy bien, Hansel dijo que estarías muy orgulloso de mí— susurré con la voz totalmente rota.— Evans dijo que había sido un total placer, que esperaba volver hacer negocios nuevamente conmigo— volví a limpiar mi rostro— y yo sólo deseaba que estuvieras allí, que me abrazaras hasta sentirme pequeñita en tus brazos, quería... Quería tenerte conmigo, sólo eso...

Bajé la mirada a mis manos enfundadas en guantes negros y volví a arrancar otro pétalo.

—Hansel y Lie se casaron— susurro sin quitar la mirada de mis manos— Hace cinco meses.— añado y suelto una risita ahogada— Hansel estaba un poco triste ¿sabes? En algún momento de la boda dijo: “Jodido hijo de puta, me obligó a ir a su boda y no asistió a la mía”— digo con una fingida voz gruesa tratando inútilmente de imitar la voz de Hansel.— Pero tranquilo, te defendí y golpeé su brazo para que no te insultara.— guardo silencio por unos segundos— Fuí su madrina de bodas junto a Liam.

Sorbo por la nariz y levantó mi vista, la pongo en frente. A unos veinte metros puedo ver a un hombre, de espaldas a mí, está parado con un gran ramo de rosas en sus manos mientras al igual que yo parece estar hablándole a la tumba.

Rio un poco al mismo tiempo que niego levemente con la cabeza.

El dolor nos vuelve locos, tanto que nos hace hablar a tumbas frías con cuerpos inertes, quizás en un desesperado intento por hacernos sentir más cerca de nuestro ser amado.

—He aceptado la propuesta de Lucía Evans, bestia— susurro dejando de ver a mi alrededor y poniendo la vista nuevamente en mis manos. Otro pétalo cae al piso.— Hace varios meses que soy modelo de Fashion Luce.— con mi mano vuelvo a quitar los nuevos copos sobre su lápida, pero esta vez dejo mis dedos recorrer su nombre— Me ha ido muy bien, mucho mejor de lo que esperaba.— añado— Sé que a tí no te gustaba mucho la idea, y la verdad a mí tampoco me emocionaba mucho, pero he de admitir que es una muy buena distracción— arrancó otro pétalo y este cae también a la nieve camufajeandose al instante con ella— Entre la empresa, los viajes a Los Ángeles, la universidad, Mía, secciones de fotos y pasarelas, casi no tengo tiempo para sentir tu ausencia— susurro con una pequeña sonrisa.— hasta que llegó a casa y una habitación sola y la mitad de mi cama vacía me reciben— más lágrimas, lágrimas pesadas, gruesas...— Es en ese momento en que más te hecho de menos, es justo entonces cuando tú ausencia me destroza aún más el alma.— un sollozo acompaña mis palabras— Has dejado un vacío en mi pecho, en mi vida, que nadie jamás va a llenar.

Vuelvo a limpiar mis lágrimas y otro sollozo abandona mis labios.

—No nos dejaron amarnos, amor— susurro entrecortada— Tu mundo nos consumió, nos robó la felicidad, te robó a tí y contigo se fué mi alma. Me dejaste cuando dijiste que no lo harías.— bajo la voz hasta que mis palabras se hacen casi inaudibles.

Me mantuve varios minutos en silencio, llorando sin consuelo mientras veía mis manos y la rosa en ellas. Podía escuchar el viento soplar fuerte y estremecer mi piel aún cuando estaba abrigada de pies a cabeza. Este invierno prometía ser uno de los más fríos.

—Mía— susurro el nombre de mi bebé con una diminuta sonrisa en los labios— Te he hablado de muchas cosas, menos de ella— rio levemente— puedo imaginarte con ganas de ahorcarme por ello— vuelvo a limpiar mis lágrimas— Está muy grande, del diminuto cuerpecito que cargabas como sí fuera nada, ya no queda mucho— rio y mis lágrimas caen aún más— Está hermosísima, sigue conservando tus ojos y el color de tu cabello— rubio, mi rubio precioso— pero sus facciones se inclinan más a las mías que a las tuyas— arranco otro pétalo— y eso es todo, hasta allí llegan las similitudes conmigo— ya mi rostro arde por todas las veces que he pasado los guantes por mi cara para limpiar las lágrimas— tiene tu mismo carácter de mierda— rio entre llanto— es tan obstinada como tú, tan caprichosa y consentida como lo era tú, amor— la voz se quiebra, mi pecho arde, quema— Sólo tiene un año y cuatro meses, pero es capaz de poner el mundo a arder sí las cosas no se hacen como quiere— vuelvo a reír recordando a mi pequeña— Carmen la consiente y la mima tanto como lo hacía contigo, siempre le digo que por su culpa Mía se comporta de la misma manera que lo hacías tú— sonrió recordando a la mujer que me ha ayudado en todo todo esté tiempo— Siempre trato en la medida de lo posible de recordarle quién eres y puedo afirmar que te ama, amor, tu bebé te ama tanto como tú la amaste a ella. Pese a que no tiene ni un solo recuerdo contigo, reconoce a su padre a la perfección cada vez que mira una fotografía.

Más lágrimas se resbalan por mis mejillas sin parar, más duele el pecho, me siento tan rota, me siento nada desde que ya no está.

—A veces me cuesta mucho levantarme de la cama, saber que tú no estarás en ningún momento del día y mucho menos cuando caiga la noche me hace querer dormir siempre, porqué por lo menos cuando duermo y las pesadillas no me alcanzan puedo verte, puedo soñarte; ahí puedo verte, puedo tocarte y abrazarte, puedo sentirte cerca como antes, puedo oír tu voz.— un sollozo alto e incontrolable sale de mi boca— Te necesito, Damián, te necesito tanto, como nunca llegué pensar necesitar a alguien.— su imágen, su voz, su sonrisa, él por completo se adueña de mi mente. Recuerdos de ese día, su mano junto a la mía mientras corríamos a la salida; la última vez que nuestras manos estuvieron juntas...—Yo no soy fuerte, bestia— susurro recordando lo último que salió de su boca, las palabras que jamás olvidaría, las mismas palabras que divagaban por mi mente todos los días desde que él se fué; Amor, eres más fuerte de lo que te imaginas— Me ha costado la vida seguir adelante sin tí, me ha costado una enormidad llegar aquí. No soy fuerte y sí aún sigo de pie ante el mundo es porqué Mía sigue conmigo, sí no fuera por ella yo.... No sé que sería de mí.

Suelto un largo suspiro y arrancó el último pétalo de la rosa. Humedezco mis labios secos y vuelvo a fijar la vista en la lápida con su nombre.

—Juro que no volveré a amar a nadie como te amo a tí. Nadie ocupará jamás tu lugar.— solté el tallo de la rosa que de inmediato cayó al piso, dejé un beso en dos de mis dedos y luego los puse sobre la lápida fría mientras mis ojos dejaban salir más lágrimas— Felices treinta y dos, amor.

Y sintiéndome aún más destrozada que al principio me puse sobre mis pies y le dí una última mirada antes de girar y empezar a caminar nuevamente fuera de aquí.

Mientras caminaba no pude evitar evocar los recuerdos de su último cumpleaños; a él soplando las velas de su pastel mientras cargaba a Mía en sus brazos, yo abrazada a su cuerpo sin tener la más puta idea de que sería una de las últimas veces, la voz de Hansel diciéndole que sentía que nada hubiese resultado como planeabamos pero que no se preocupara, que de seguro el próximo sería mejor. El próximo era esté... Y estaba... No estaba aquí.

Todo se derrumbó en un abrir y cerrar de ojos, mi mundo se hizo nada cuando el partió, cuando su brazos ya no me rodearon aunque sea para detenerme, sus besos ya no acariciaban mi piel, su cuerpo ya no amanecía sobre el mío.

Tantas cosas que vivimos, tantas peleas, tantos sobresaltos, tanta m****a para que ni siquiera al final lograramos probar un poco de la felicidad plena que nos robaron cuando éramos niños.

¡Maldita sea la vida! ¡Maldito sea todo lo que nos ha dejado en esté punto!

Más lágrimas empañaron mi vista y sollozos incontrolables acompañados de hipo. Seguí mi canino al auto mientras todo a mi alrededor se veía distorsionado por las lágrimas y mis pensamientos, mis dolorosos recuerdos no me permitían pensar en otra cosa que no fuera él.

Hasta que el chillido de llantas resbalando por el resbaladizo asfalto dejó en mi mente un solo recuerdo y el mismo miedo que sentí ese día; cuando Damián casi pasa su auto sobre mí.

Mi corazón desbodacado ahora también por el reciente miedo, las lágrimas aún bajando y con los recuerdos aún presentes miré el Audi plateado que habían frenado a centímetros de mí. Mis ojos estaban bien abiertos, fijos en el parabrisas por dónde al igual que aquél día, no se podía ver más que un par de manos masculinas sobre el volante.

Segundos que parecieron horas pasaron, y yo no me moví de mi lugar, la persona dentro del vehículo tampoco lo hizo, ni siquiera sus manos abandonaron el volante y una ilusa y estúpida esperanza se adentró en mi pecho.

No puede ser cierto.

Él esta... Él...

La puerta del auto se abrió abruptamente y un hombre salió de ella a paso veloz hacia mí. Dejé de mirar el vehículo y bajé la mirada.

Estoy mal, maldita sea ¿Cómo pude pensar eso? ¡Yo lo ví! ¡Yo lo ví cuando lo enterramos! ¡Ví las heridas que le habían hecho en mi presencia!

¡Damián está muerto!

¡Muerto!

Muerto...

—Hey, lo siento— la voz del dueño del vehículo hizo que levantara la vista para verlo.— En serio, no...¡Joder! Es que apareciste de la nada y yo... Yo ¡Mierda!— su voz es desesperada mientras sus ojos me miran con fijeza.— de verdad lo siento...

—Fuí yo la que no se fijó— susurro y esbozo una débil sonrisa en su dirección— lo siento.— y con eso me dedico a caminar nuevamente a mi auto pero su mano atrapa mi brazo con delicadeza antes de que pueda alejarme más.

—Por favor, permíteme llevarte.— pide y yo niego casi enseguida—Me siento muy culpable, venía hundido en mis pensamientos y por ello pude haberte hecho daño...

—No te preocupes— interrumpo con otra sonrisa— no ha pasado nada.

—Por favor— insiste— no te ves bien, estás muy nerviosa, incluso estás temblando— a penas dijo estó  miré mis manos para darme cuenta que sí, decía la verdad, había empezado a temblar o quizás nunca dejé de hacerlo— Es muy peligroso que conduzca en esté estado por las calles que han de estar resbalosas.— me sonrió amablemente— No podré estar tranquilo sabiendo que puede ocurrirte algo por mi culpa— añade y pongo mis ojos en los suyos; Cálidos, amables, tristes...

Asiento lentamente.

—Esta bien— susurro finalmente y él sonríe con agradecimiento.

—Mi nombre es Tristán— suelta mi brazo y estira su mano en mi dirección.—Tristán Reeves.— se presenta con una pequeña sonrisa.

—Ámbar Webster— imito su acción y estrecho su mano con la mía sin quitar la mirada de sus ojos verdes.

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