El sol se desvanecía tras el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas de ámbar y carmín, mientras la ciudad despertaba con el titileo intermitente de sus luces. Sin embargo, nada de eso tenía importancia. Desde el asiento del auto, todo se desdibujaba en una neblina de dolor y frustración. El cristal reflejaba mi propio rostro surcado por lágrimas silenciosas, testigos mudas de mi impotencia.No podía permitirme este abandono. No ahora. Tenía que levantarme, tenía que luchar. No importaba cuántas veces hubiera tropezado o cuántas heridas me hubiera causado mi propia ceguera. Si aún existía una oportunidad de enmendarlo, debía aferrarme a ella con todo lo que tenía.Llené mis pulmones de aire en un intento desesperado por recuperar el control. Pasé la manga de mi chaqueta por el rostro, borrando el rastro de lágrimas que ardían en mi piel, y cerré los dedos con firmeza alrededor del volante. No había más tiempo para lamentos. La decisión estaba tomada.Encendí el motor y empecé a con
El amanecer se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación con tonos cálidos, pero la luz dorada no bastaba para disipar el peso que se aferraba a mi cuerpo. Sentía los párpados pesados, la mente atrapada en una bruma densa de pensamientos inconclusos. Abrí los ojos con lentitud, esperando encontrar algo de alivio en la mañana, pero en su lugar, solo me recibió un agotamiento punzante. Como si la noche no hubiera sido suficiente. Como si arrastrara los días anteriores conmigo.Con un suspiro resignado, me incorporé en la cama y llevé una mano a mi frente. Un leve mareo me recorrió, y cerré los ojos un instante, obligándome a ignorarlo. No era nada. No podía ser nada.Me forcé a levantarme y dirigirme a la cocina, siguiendo una rutina que mi cuerpo conocía de memoria. Me movía en automático, sin detenerme demasiado en lo que sentía. Había aprendido a hacerlo. A seguir adelante incluso cuando todo en mí gritaba lo contrario.Café. Tal vez eso ayudaría.Vertí el líquido oscu
La luz tenue del dormitorio se filtraba entre las cortinas, proyectando sombras suaves en las paredes. La penumbra convertía la habitación en un refugio silencioso, pero mi mente no encontraba descanso. Mi cuerpo aún estaba tenso, atrapado entre la emoción y la incertidumbre del susto de la mañana. Sentía el eco de mi propio latido en las sienes, un recordatorio constante de que algo dentro de mí seguía en estado de alerta.Me pasé la mano por el rostro y exhalé despacio, intentando disipar la sensación de ahogo que me oprimía el pecho. Era absurdo sentirme así, como si estuviera al borde de algo que no lograba comprender del todo. No quería pensar más, pero mi cabeza seguía hilando posibilidades, temores, preguntas sin respuesta.Mis ojos se desviaron hacia la mesita de noche. Tome mi teléfono sin pensarlo demasiado, el frío del dispositivo en mi mano me ancló a la realidad. Mi dedo se deslizó casi por inercia sobre la pantalla hasta encontrar el nombre de Leonardo en la lista de con
La rabia ardía en mi pecho, imparable, incendiando cada fibra de mi ser.—No tengo prometida —solté con voz firme—. Lo que tengo es una mujer de la cual estoy enamorado desde que estuvimos en la universidad.Las palabras dejaron mi boca con el peso de una verdad innegociable. Pero en cuanto vi la sonrisa irónica de mi padre, comprendí que para él no significaban nada.Dejó escapar una risa amarga, un sonido impregnado de burla y desprecio. Como si mis sentimientos fueran una insignificancia, una debilidad que él no estaba dispuesto a tolerar.El suelo pareció ceder bajo mis pies. No lo vi venir. El golpe fue certero, invisible pero devastador, justo en el centro de mi pecho. Un solo segundo de vulnerabilidad, imperceptible para cualquiera… excepto para él.No le daría la satisfacción de verme tambalear.—¿Por qué demonios, ahora quieres hacer valer ese maldito acuerdo? —espeté, sin molestarme en suavizar la ira que me consumía.No era solo furia. Era frustración, impotencia. Era el pe
El zumbido monótono del avión apenas era suficiente para ahogar el caos en mi mente. Afuera, el cielo se extendía en una inmensidad grisácea, con nubes que parecían absorber el último rastro de luz. Miré por la ventanilla, pero no vi nada, solo la distorsión de mis propios pensamientos reflejados en el vidrio.Cerré los ojos.No fue un acto consciente, sino una rendición. Y en cuanto lo hice, la imagen de Andrea irrumpió con la fuerza de un vendaval.Mi esposa, con su cabello revuelto por el viento en aquella plaza de la universidad, riendo con la cabeza ladeada mientras sujetaba un café con ambas manos para calentarse. Otra imagen de ella, con los ojos llenos de asombro cuando le hablaba de mis proyectos, como si realmente creyera que yo podía conquistar el mundo. Y otro apareció donde ella se veia, con las mejillas enrojecidas, deslizándose entre mis brazos después de un día agotador, encajando perfectamente en mi pecho, como si hubiera nacido para estar allí.Un nudo áspero se form
**ANDREA**El frío de la mañana se desliza entre las cortinas, acariciando mi piel como un recordatorio implacable de que el tiempo no se ha detenido.Abro los ojos lentamente, sintiendo cómo la somnolencia lucha por mantenerme atrapada en la tibieza de mis propios pensamientos. Mi cuerpo está pesado, como si mi subconsciente supiera que al despertar debo enfrentar un día que cambiará mi vida para siempre.Mis ojos viajan hasta el armario, donde cuelga el vestido que he elegido para este día. El día en que mi matrimonio finalmente llegará a su fin. Me obligo a sentarme en el borde de la cama, sintiendo la frialdad del suelo bajo mis pies descalzos. Inspiro profundamente, pero el aire no alivia la sensación de vacío en mi pecho.Hoy firmo el final de una historia que nunca tuvo un comienzo real.Me levanto con determinación y camino hacia el baño. Evito mirarme en el espejo. No quiero ver mi reflejo, no quiero enfrentar la verdad que podría encontrar en mis propios ojos.El agua tibia
**SANTIAGO**El aire en el auto se siente denso, pesado, como si la misma atmósfera conspirara para recordarme la gravedad del momento. Estoy aquí, en el estacionamiento del juzgado, con una hora de antelación. No porque sea puntual, sino porque no sé qué más hacer. He estado dando vueltas por la ciudad, intentando encontrar alguna excusa para no llegar, pero mis pasos me trajeron aquí de todas formas.El traje que llevo puesto está impecable, como siempre. La camisa, en cambio, tiene los dos primeros botones desabrochados, dándole un aire más descuidado, menos estructurado. Tal vez porque, por primera vez en mucho tiempo, no me importa la imagen que proyecto. Sin embargo, mi reflejo en el retrovisor cuenta una historia completamente diferente. Me veo devastado. Porque así me siento. Porque no importa cuánto intente mantener la compostura, el vacío en mi pecho me delata.Exhalo con fuerza y me paso la mano por el rostro, frotándome los ojos en un intento inútil de aclarar mis pensamie
El frío del suelo del hospital se aferra a mi piel como un castigo silencioso, pero no tengo la voluntad de moverme. Estoy aquí, encorvado contra la pared, con los codos apoyados en mis rodillas y el rostro oculto entre mis manos temblorosas. Mi respiración es errática, entrecortada, como si el oxígeno fuera insuficiente para llenar el vacío que acaba de abrirse en mi pecho.No puedo pensar. No puedo reaccionar. Solo lo siento. Y lo que siento me desgarra. Un dolor primitivo, profundo, imposible de describir con palabras. Es como si una parte de mí hubiera sido arrancada sin previo aviso, dejándome hueco, vacío. No sabía que podía llorar de esta forma, con lágrimas que arden al deslizarse por mi piel, pero que no tienen la fuerza para aliviar nada.No estaba preparado. Nadie me dijo que la felicidad podía romperse en un susurro, que un latido podía apagarse antes de nacer. Nunca imaginé que sostendría en mi pecho un duelo por alguien a quien nunca pude conocer. Pero lo que más me dest