Aye había llegado sola a ese muelle, sintiendo en cada célula de su ser, que era una trampa, sin embargo, jamás retrocedió, no podía hacerlo, no después de lo que le pasó a Kansas, no después de saber lo que sabía. Ella había entrado en ese oscuro y tenebroso galpón con su corazón martillando fuerte dentro de su pecho, amenazando con explotar en cualquier momento. Ahora estaba frente al autor de esas cartas espeluznantes y el responsable de que su amiga esté en el hospital. No podía comprender mucho lo que él le decía, lo que él quería de ella, del por qué hacía lo que hacía y eso le angustiaba mucho más. Y odiaba como él la miraba, como si ella fuera un libro abierto, como si el joven parado frente a ella con su famosa sonrisa simpática, la conociera mejor de lo que ella misma se conocía. El quejido de Mateo le había apretado el corazón, no podía verlo tan vulnerable. Su chico no era así. Su cabeza tomó el mando y la furia se hizo presente. No iba a permitir que más personas salgan h