Capítulo 3.

Amalia despierta con nuevos ánimos y sonríe ante el amanecer de un día más ya que según dice su madre: hay que dar gracias cada vez que despierte y al acostarse también.

—  Buenos días Creta, hoy quiero conocerte y aprender de ti – dice en voz alta al estirarse en la cama como un gatito.

Observa a su alrededor y su compañera de cuarto no se encuentra en la cama, escucha el agua de la ducha y supone que es ella sin embargo al estirar su cama ese percata de unos gemidos provenientes del baño y se acerca para descubrirla con el chico de servicio.

—  ¿Qué miras estúpida? - Amelia rueda los ojos ante la crudeza de la escena.

—  Creo que deberías tener un poco de decencia y no pavonearte de esa manera con… él – el chico la mira interrogante.

—  ¿Y por qué? – interroga insolente —. Está es mi habitación asignada…

—  ¡Nuestra!

—  Y a menos que desees un poco del postre que estoy degustando agradecería te largaras – espeta la rubia no solo ignorándola, sino incluso mostrando su desnudez —. Te advierto que no soy de tríos – espera con mal humor la chica.

—  Descuida querida – le sonríe con toda la sorna que puede —  tampoco yo soy de tríos, ni de dúos y mucho menos de líos sexuales – expresa concluyente.

Amelia  decide que se larga sin bañarse directo a un hotel. A un sitio donde pueda estar sola, relajada y sin intromisiones de tipo sexual. Toma un bolso de deporte con algunos enceres de aseo y ropa para dominguear. Da un portazo y baja por el ascensor.

—  Buen día Srta. Blackstone, que placer verla ¿Va a algún lugar tan temprano? – la  detiene su anfitriona.

Amelia recuerda el ofrecimiento de la mujer en cuanto a tener una habitación para ella sola o un ático particular, pero descarta la idea al mismo tiempo ya que no desea tener acercamientos con el jefe considerando la petición tan deshonrosa que le hizo.

—  Voy de paseo, quiero explorar y disfrutar de la isla antes de sumergirme en el trabajo y los estudios – sonríe casi tan convincente como la cara de sospecha que tiene la mujer.

—  Entonces déjeme recomendarle algunos sitios – se le acerca y Amelia retrocede negando con la cabeza.

—  ¡Muchas gracias por el ofrecimiento! En serio lo aprecio, pero prefiero explorar por mí misma – la anfitriona abre los ojos y se recompone enseguida reconociendo la determinación en cada palabra.

Ahora entiende el interés de su jefe en esta chica, es arrojada y muy determinada. Algo le dice que le va a hacer las cosas muy difíciles tanto a ella como a él.

—  ¡Excelente entonces! – sonríe radiante la mujer —. Le deseo un lindo día – expresa encantada.

Se gira para caminar rápidamente hacia su oficina sin dejar que Amelia le responda nada y una vez encerrada marca el número del jefe.

—  Diga – responde con voz rasposa y tono malhumorado.

—  Jefe la Srta. Amelia Blackstone va saliendo de la residencia a pasarse el día fuera, pensé que le gustaría saberlo – el hombre queda en silencio un momento.

—  Bien, estaré atento – se levanta de la cama donde paso la noche… solo.

Dirige su cuerpo dolorido por la espera de una mujer que lo satisfaga de dentro hacia afuera hasta la ducha y trata de sacarse de encima la nostalgia que le produce recordar que su antigua esposa no solo lo dejó sino que se cambió el nombre para que no pudiese dar con ella – cosa que se le hizo sencillo claro está – sin embargo la sola mención del apellido Blackstone lo pone en alerta ya que su interés por esa chica raya en lo obsesivo.

Sale de la residencia vestido de domingo e ingresa a la limusina que lo espera aunque no sea costumbre salir este día – ni ninguno – empero no puede dejar de pensar en Amelia como su mujer aun cuando eso lo obligue a salir de su zona de confort.

[***]

Caminar las estrechas calles de Creta para Amelia es un gran placer, no solo porque ama la isla sino porque es tan hermosa que sus ojos se van detrás de cada uno de los sitios donde pasa ya que lo exuberante y llamativo de cada rincón es para ella tan singular a sus ojos que no puede dejar de sonreír.

—  ¡Hola! – saluda aún vendedor de helados —. Fresa por favor – el hombre asiente y le sonríe.

—  ¿Turisteando? – expresa aludido por los pantaloncillos y la camiseta de Amelia con la cual se ve preciosa.

—  ¡Si, conociendo! – responde ella con una sonrisa enorme —. Espero recorrer un gran trecho ante del anochecer – su expresión es de pura alegría y es contagiosa para el hombre de los helados.

—  Entonces le deseo un gran recorrido señorita – ella le responde con un guiño y un gracias sin voz antes de seguir su camino.

Se percata del enorme vehículo estacionado en una esquina y el cual ya había divisado porque inconfundiblemente es gigante. Toma aire y camina rápidamente para alejarse de lo que considera es un peligro.

—  ¡Amelia!

Esa voz le recorre el cuerpo haciéndola jadear ya que la sensación es tan intensa que no puede evitarlo. La sola pronunciación de su nombre en los labios de ese hombre la hace querer correr, alejarse, pero es su jefe y a pesar de que no se arrepiente de haberlo golpeado siente temor de que la saquen del programa. Gira con el helado en las manos y la expresión sería.

—  Sr. Christopoulos, que placer -expresa casi con horror.

—  No sea hipócrita Amelia, su rostro no es de placer, por el contrario no desea verme – la chica aprieta los labios.

Bastián no puede evitar sentir el deseo recorrer su cuerpo al detallarla, su atuendo es una explosión de belleza ya que Amelia tiene un cuerpo perfecto y él se considera un simple mortal ante lo glorioso, llamativo y despampanante.

—  ¿Entonces por qué me sigue? – ella levanta una ceja y él muere por besarla —. Porque no puede negar que lo hace ¿O sí?

—  ¡Pero por supuesto que lo hago! – responde con toda la desfachatez —  y no solo eso, espero que lo tome en cuenta ya que no lo hago con cualquier mujer, no me disculparé por lo de ayer, pero quiero proponerle que me acepte aunque sea como amigo con beneficios…

El rostro de Amelia se tornó rojo por la ira que le produjo su comentario. Ella no necesitaba en este momento ningún amigo con beneficios, solo le interesaba su carrera y que la respetaran por supuesto.

—  ¿Pero, qué? Su demencia no tiene límites – grita casi en shock —  ¡Escúcheme bien Sr. Christopoulos! – lo señala a la cara.

El hombre levanta una mano para que la chica detenga cualquier comentario.

—  Amelia…

—  ¡No! – espeta enojada —. No deseo escucharlo, es usted un grosero y además mal educado ¡Atrevido! – su respiración se hizo dificultosa en el momento que los ojos del hombre casi la engulleron — aléjese de mi, se lo advierto.

Cada palabra que pronunciaba se le hacía mucho más difícil porque sus labios temblaban. Era imposible asimilar que el hombre frente a ella fuese a ser su jefe el cual sin ningún tipo de vergüenza la asediaba con propuestas sexuales. Lo consideraba un atropello.

—  ¿Ah sí? – Bastián sonríe enigmático —  ¿Y que hará? ¿Denunciarme por acoso?

—  En términos laborales es viable… podría denunciar – Bastián se carcajea.

—  ¿Y con quién me denunciará si soy el dueño absoluto?

Amelia siente que sus ojos pican, pero se rehúsa a dejar salir las lágrimas ya que no pretende demostrarle temor alguno a ese hombre.

—  Buscaré donde denunciar y agregaré abuso de poder además de acoso laboral y proposiciones… indecorosas.

Se gira para alejarse de él con la sensación de que sus ojos se encuentran anegados. Siente La mirada intensa de esos orbes azulados quebrarle la espalda y sin embargo se niega a caer en la tentación de esa boca perfecta ya que nunca ha aceptado fiestecitas subidas de tono a nadie.

Y ahora menos que nunca…

—  No sé haga la dura – ella se detuvo sin voltear a verlo —, ya descubrí que tiene mal genio Amelia y por eso es que pienso necesita alguien como yo que la dome como una fiera.

—  Añadiré difamación e injuria al expediente que redactaré en su contra… grosero.

Y siguió su camino como si nada.

—  Sr. Christopoulos creo que debemos irnos las personas se aglomeran – expresa su guardaespaldas con apremio —, sabe que no debería estar aquí.

—  ¡Lo sé! – responde con la mirada perdida mientras ve alejarse a la chica —. Pero esa mujer vale el sacrificio.

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