La gobernanta se quedó sin palabras por un momento, sorprendida por la determinación y el tono firme de César. Abrió la boca para protestar, pero ante la mirada que le dedicaba César, la cerró. Recuperó rápidamente su compostura y respondió con una sonrisa despectiva.
—Como desee, Sir César —se inclinó levemente ante César. — Pero recuerde que los modales y la educación son fundamentales para un niño de su posición. Espero que encuentre a alguien que pueda cumplir con sus expectativas.
Dicho esto, la gobernanta se dio la vuelta y salió de la habitación sin decir una palabra más. César se sintió aliviado. Abrazó a su hijo contra su pecho y junto a Azucena lo hizo tomar el vaso de leche tibia, en lo que le aseguraba que no regresaría nunca más la gobernanta, que sería la señora Azucena quien lo cuidaría. Y se puso a mecerlo con cariño en lo que le cantaba una nana sintiéndose culpable, hasta ver como la tranquilidad había regresado al rostro de su hijo y se dormía en sus brazos.
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