Sofía se hizo a un lado, permitiendo que la mirada de César se posara en la figura desaliñada que ella señalaba. No podía explicarlo, pero sentía un impulso irrefrenable de prestar ayuda. César, sin decir una palabra, asintió y volvió a centrar su atención en su pequeño hijo. Parecía buscar refugio en el amor puro e incondicional que solo un niño puede ofrecer.
Mientras tanto, Sofía, acompañada de Fenicio, se acercó al vagabundo. Éste intentó alejarse pero fue interceptado por ella.
—Señor —empezó, su voz era un murmullo persuasivo—. Nos preguntábamos si estaría interesado en acompañarnos.
—¿Yo? ¿Por qué? —respondió el hombre con aspereza.
—Podemos ofrecerle un puesto como guardia de seguridad —intervino Fenicio, su tono era firme y seguro—. Necesitamos más personal y la señora Sofía, en particular, requiere de alguien en quien pueda confiar. Cree que usted podría ser esa persona.
El vagabundo pareció sorprendido. Miró seriamente a Fenicio que aunque no le gustaba la idea, no pod