—¡Aria! —gritó Noah, corriendo a mi lado.
—No —grité, alejándolo de mí—. ¡Está despierto! ¡Va a hacer que te mate! ¡Deberías ir!
—¡No voy a ninguna parte! —dijo Noah con firmeza, viniendo en mi ayuda una vez más.
Grité de dolor cuando mis dedos comenzaron a transformarse en garras en contra