Mi nuevo papá es CEO: Por Amor A Ti
Mi nuevo papá es CEO: Por Amor A Ti
Por: Sra De Taker
Prefacio

Nota importante: este libro tiene acontecimientos y vivencias reales, basados en la vida de una pequeña y una chica que conozco. Estoy siendo autorizada por su madre, para hacer público ciertos aspectos que ella desea que sea conocido. La historia es ambientada en España, pero su origen es en "El Tocuyo, Estado Lara."

Hago esta historia con el fin de reconocer el trabajo arduo de una madre con una niña con síndrome de Down, y lo poco compasivo que puede ser un colegio, adultos, niños y en donde sea, por la falta de la inclusión y el poco conocimiento que hay sobre los "niños especiales".

[...]

Ocho años antes de que Clara naciera.

La casa olía a pan recién horneado y a esperanza. Afuera llovía, como si el cielo quisiera quedarse quieto, escuchando la risa de Estrella, una niña de cinco años con voz dulce y alma luminosa. En el sofá, Cynthia apoyaba la cabeza sobre el pecho de Daniel, su esposo, mientras los minutos pasaban en silencio. Era uno de esos momentos raros en el que solo existes en el ahora. Por fin llegaba la calma, después de tantas tormentas.

Habían pasado por discusiones, distancias, y una rutina que desgastaba más que el tiempo. Estuvieron a nada de ponerle fin a su matrimonio de años, pero ahí estaban, abrazados y decididos a volver a intentarlo. No por obligación, ni por los años compartidos. Si no por ella. Por Estrella.

Porque ella merecía tener una familia unida y fuerte ante las adversidades.

—Tal vez... podríamos pensar en otro bebé. Creo que podemos hacerle caso a Estrella con su deseo —sugirió Cynthia, con voz suave. Fue una hermosa petición en medio de la lluvia que caía afuera.

Daniel la miró, sorprendido y luego sonrió.

—¿De verdad quieres intentarlo? Mira que ya me lo imagino todo...

Cynthia asintió, y por primera vez en mucho tiempo, sentía que sí. Sentía y creía que su familia aún tenía capítulos por escribir. Tal vez, de esa manera, también el amor podía renacer.

Había un mar de posibilidades en ese momento.

Los meses fueron pasando, entre terapias de pareja, cuentos nocturnos para Estrella y domingos con panqueques. No era perfecto, pero era suficiente para las dos. Se sentían en una burbuja de perfección y amor.

Y entonces, una mañana de abril, la prueba dio positivo.

Cynthia no lloró, más bien, tuvo demasiados sentimientos encontrados. Rió, gritó, abrazó a Estrella y le confesó al oído que iba a tener un hermanito o hermanita. Daniel la alzó en brazos, girándola en el aire como cuando eran jóvenes.

Era un nuevo comienzo porque la familia después de varios fracasos, por fin estaba creciendo y renaciendo.

Solo que la alegría pronto se tiñó de incertidumbre. En una ecografía de rutina, el médico detectó signos de envejecimiento prematuro de la placenta.

—No tienes que preocuparte, Cynthia. No es nada grave —dijo, su ginecólogo—. Podemos controlarlo —le aseguró con voz firme—. Solo debemos estar atentos a cualquier cambio que tengas.

Y la pareja decidió continuar con el embarazo. No iban a interrumpirlo. Con fe, con amor y con el corazón latiendo más fuerte que el miedo.

Cynthia decidió hacer recuerdos de su familia. Tomaron fotos de todo el proceso de embarazo y lo feliz que eran los tres, calmando sus ansias para conocer a su nueva integrante.

Pasaron nueve meses entre controles, nombres posibles y pataditas nocturnas. Estrella pintó dibujos de su hermanita y los pegó por toda la casa. Cynthia cantaba bajito al vientre mientras cocinaba. Daniel preparó la habitación con una ternura que ella ya había olvidado que tenía.

Daniel era el padre perfecto. Porque así recordó que era, cuando esperaban la llegada de su primera hija, Estrella.

Hasta que llegó el día. Clara nació un martes, cuando el invierno aún no se atrevía a irse. Y, aunque su llegada no fue como la soñaron, fue un milagro.

Un pequeño milagro con un cromosoma más... y un amor infinito por dar.

[...]

El quirófano olía a desinfectante y a tensión. Clara nació en silencio, como si el mundo se detuviera un instante para recibirla. Cynthia apenas alcanzó a ver sus ojitos rasgados antes de que se la llevaran para los chequeos. Pero lo supo. Lo supo al instante. Su corazón de madre le gritó la verdad antes que cualquier diagnóstico.

Clara tenía síndrome de Down.

Ella había estudiado por años sobre los temas de inclusión sobre los niños especiales, y por esa razón, ella había formado con un grupo de colegas, la fundación, en donde era vicepresidenta.

Y, aunque no se lo esperaba, su hija, era perfecta.

Cuando Daniel entró a verla en la habitación, no llevaba flores ni lágrimas en los ojos. Tenía la mirada perdida, los labios apretados, las manos temblorosas. No era el mismo hombre ilusionado que la había dejado con mucho amor, antes de entrar al quirófano.

Daniel era otra persona.

—¿La viste? —le comentó, Cynthia, con la voz ronca, agotada, con el alma rendida, y llena a la vez.

No sería una tarea sencilla, pero con la ayuda de la familia, sabía que se lograría. Solo que Cynthia pensaba de una manera y su esposo, no tenía esa misma visión.

Daniel no respondió, caminó lentamente por la habitación, con las palabras atragantadas en la garganta. Su Estrella había nacido perfecta, pero Clara...

—¿Viste lo hermosa que es? Tiene tus ojos. Se parece bastante a ti, Daniel...

Él giró de golpe con mirada de incredulidad.

—¡No tiene mis ojos! Ni los tuyos. Tiene... eso.

De repente, el aire se volvió denso. El corazón de Cynthia se quebró como cristal y sus pedazos se esparcieron más rápido de lo que podía imaginar, por el suelo.

—¿De qué estás diciendo?

—¡No podemos criar a una niña así! —explotó, alzando la voz—. ¡Tú sabías que había complicaciones en el embarazo! ¡Sabías lo de la placenta y decidiste continuar con ello! ¡Nos lo ocultaste, Cynthia! ¡Tú eres la médico especialista en todo aquí!

—¡Jamás he ocultado nada porque tú estuviste en la consulta ese día! —gritó ella, sintiendo el ardor en la herida aún fresca de la cesárea—. ¡Tomamos la decisión juntos, Daniel! ¡Y no vuelvas a decirle "eso"! ¡Es nuestra hija, te guste o no!

Daniel se acercó con el rostro desencajado. No podía creer que su mujer pudiera enfrentarlo de esa manera. Era una completa falta de respeto, que ella prefiriera a una niña así, que a su familia.

—¿Sabes lo que esto significa, Cynthia? ¿Tú crees que es una bendición lo que nos acaba de pasar? ¡Es una condena! ¡Una carga para toda la vida que no nos podremos quitar!

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Cynthia sin pedir permiso. Intentó levantarse, pero el dolor de la herida se lo impidió. Aun así, quiso correr para taparle los oídos a su pequeña hija. Acababa de nacer y ya estaba recibiendo el primer rechazo de una persona. Lo más cruel, es que el rechazo venía de quien se supone que debía protegerla.

—¡Vete! —sollozó—. ¡Si no eres capaz de amarla y protegerla como se debe, entonces no te queremos aquí!

La puerta se abrió con fuerza.

—¿Qué carajos sucede aquí? —gritó, Mateo, su hermano menor, entrando como un vendaval.

Vio el rostro pálido de Cynthia, su respiración era agitada y la sangre estaba manchando la sábana. Miró a Daniel con el ceño fruncido, como si él fuera la víctima de aquella escena, en donde su hermana, estaba completamente, rota.

—¿La estás haciendo llorar el mismo día en que acaba de dar a luz? ¿Es en serio, Daniel?

—No entiendes nada, Mateo. ¡Nada! ¡Tu hija es completamente perfecta!

Mateo avanzó sin dudarlo, lo empujó contra la pared y lo tomó por el cuello de la camisa.

—¡Y tú no tienes un puto corazón! ¡Sal de aquí antes de que yo mismo te saque a las patadas!

En ese instante, los padres de Cynthia entraron. Habían llegado justo a tiempo para conocer a su nieta, y presenciar la ruina de lo que una vez fue familia.

Una familia que ellos no querían que volvieran a estar juntos, pero dejaron que su hija tomara sus propias decisiones y no intervinieron.

La madre de Cynthia se acercó a la cama, la tomó de la mano con ternura y le habló:

—Tranquila, mi amor. Nosotros estamos aquí. No necesitan a más nadie. Ni mis nietas y mucho menos tú.

El padre, en cambio, miró a Daniel con una frialdad aterradora. Don Esteban, no era un hombre violento, pero se estaban metiendo con uno de sus tesoros más preciados.

—Te me vas del hospital. ¡Ahora, Daniel! Vete, antes de que pierda los estribos contigo. Le estás robando a mi hija el momento más sagrado de su vida. Lo que estás haciendo lo pagaras caro más adelante.

Daniel no dijo una palabra más. Solo los miró a todos con furia contenida y salió dando un portazo, como si el único herido hubiese sido él. Bañado en su egoísmo, Daniel se sentía traicionado. Clara sí se parecía a él, pero no lo iba a aceptar.

Esa niña no era como su Estrella y Cynthia tenía la culpa. Lo había engañado vilmente, durante los nueve meses. Ella era una eminencia como médico, ¿entonces como pude seguir con un embarazo de esa manera?

En la habitación, el llanto que Cynthia había contenido se desbordó. Había tenído que aguantar y ser dura, para no quebrarse ante Daniel. Lloraba porque había perdido mucha sangre. Porque había perdido al hombre que creyó amar y porque lo primero que había escuchado Clara de su padre fue decirle: —eso—.

Horas más tarde, cuando todo se calmó en esa fría habítación, llevaron y pusieron a Clara en sus brazos... y todo el ruido desapareció. Porque en ese cuerpecito frágil y cálido, encontró la fuerza para volver a levantarse.

En sus preciosos ojos rasgados, descubrió que el amor más grande no siempre viene de quien uno espera. A veces, viene en frascos pequeños, que te dicen mamá.

Cynthia sabía que el camino no sería fácil, pero estaba bien. Tenía a sus padres, a su hermano y a sus dos hermosas hijas.

Todo estaría bien, aunque en ese momento, las cosas se veían borrosas y muy cuesta arriba.

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