Donde florece el amor, años después...
La casa ya no era solo un refugio, con los años, se había convertido en raíz, en memoria y en cuna de un legado lleno de amor.
En el porche, con una manta sobre las piernas y las tazas de café humeante entre las manos, Cynthia y Mathias contemplaban el jardín que habían visto transformarse tantas veces. Las flores que Clara había sembrado, los árboles que ahora daban sombra a los juegos de los nietos, los bancos donde tantas veces habían hablado de sueños, de miedos, de planes y de futuro.
Clara había dejado su huella de color en cada rincón de quien la conocía. Una artista, alegre y muy auténtica.
El síndrome de Down nunca fue una barrera. Fue parte de su esencia, de su ternura sin filtros, de su manera de mirar la vida con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto, gracias a la enseñanza y crianza llena de respeto y amor.
Ahora era joven, fuerte y con un estilo propio. Pintaba con manos manchadas de acrílico y era una profesional respetada.