—¿¡Qué dijiste!? —Carlos se incorporó de inmediato, visiblemente alterado al escuchar el nombre de Sara.
Agarró con fuerza la grabadora que yo había dejado sobre la cama y me miró con furia.
—¿Qué le pasó a Sara? ¡Explícate!
—Nada grave —respondí con desgano—. Solo que la detuvieron y está en la comisaría.
—¡Olivia! ¿Qué necesitas para dejar en paz a Sara? —preguntó con desesperación, su actitud ansiosa despertando en mí una amarga ironía.
Me reí, sin poder contenerlo.
—Yo también me pregunto, ¿qué necesitas tú para dejarme en paz a mí? O mejor, hagamos un trato: si aceptas divorciarte de mí, prometo dejar a Sara tranquila.
Lo miré directamente, aunque mis ojos comenzaron a nublarse.
—¿Qué dices? ¿Aceptas?
Carlos se calmó de repente y se permitió una sonrisa. Su tono, gélido, contrastaba con la intensidad del momento:
—¿Desde cuándo estás en posición de negociar conmigo? ¡Fuera de aquí!
Asentí con la cabeza, sintiéndome completamente desconectada, y salí de la habitación.
A