De Lyme Regis, lo que más les gusta a Morgan y a Susan es la explanada gris de arena lisa y
blanda que dejan con regularidad las mareas.
En esta época, la playa está vacía y no se tropiezan nunca con nadie.
Ahora están caminando a contraviento, y en silencio, para escuchar el sonido del mar y los
gritos de las gaviotas. Uno a uno, sus pasos se hunden en la arena húmeda de la orilla y dejan sus
huellas: un doble sendero de pisadas destinado a desaparecer pronto, plasmado por la reciente
presencia del agua.
De Lyme Regis, a Morgan y a Susan les gusta también el pequeño embarcadero, el mismo por el
que desaparece Meryl Streep al final de una célebre película de los años ochenta. Cada vez que se
desencadena una tormenta, a Susan le gusta sentarse ante la ventana de su hotel (el que escogen
desde la primera vez que vinieron) para admirar la furia de las olas: los cristales, a estas alturas,
son un collage de costras creadas por el adarce. Sobre el alféizar, inmóviles, las conchas y los
fós