Ya estoy podrido de hacer eso todos los días. El Hugo tiene razón. Esto termina con un cuetazo en la cabeza. En la
nuestra o en la de otro, y yo no quiero ninguna de las dos.
Pero esta es mi vida, viejo, ustedes hagan la suya. Yo veré después qué mierda hago.
Por ese día el hacer de Bardo se redujo a lo de siempre. Ir hasta la casa de Hugo, que ya había cerrado la carpintería y empezaba su transformación cotidiana en
Elizabeth.
—Hola, Bardón —dijo ella—. ¿Cómo pinta todo?
—¿Qué tal, Eli?, ¿cómo pinta? ¿Yo qué sé? Estos días
lo veo todo negro, así que si pinta de algún color, será negro nomás.
—¿Y el plan?
—Eso parece que marcha bien. Todo lo que planeamos
está saliendo como habíamos pensado. Y sin embargo no
sé. Tengo como un presentimiento de que algo está fallando en algún lugar. Ya revisé todo punto por punto varias
veces y no la veo. Aunque la piense y la repiense, no la veo.
—¿Y por qué no paras la cosa hasta que estés seguro?
Bardo miró a Elizabeth como pidiéndole que se quedara