primeras horas del día eran duras para él. Se había acos
tumbrado a que cuando aparecía por la cocina ya estábil
el mate listo y alguna cosa para masticar. Ahora, esas pe
quenas ceremonias cotidianas tenían que encontrarlo a él
como planificador, antes que como ejecutor. Eso le moles
taba porque le indicaba a fuego que Eleazar ya se había ido,
que no iba a volver, que él estaba solo de nuevo y que el
mundo volvía a estar lleno de enemigos. Además, el negó
ció tenía que estar abierto más o menos a la misma hora
de siempre. Los clientes no habían resentido mucho la au
sencia del maestro porque, tal como el viejo había previs
to, la habilidad del aprendiz los había convencido de que
el taller les garantizaba la misma calidad y rapidez de an
tes en las reparaciones. Pero había que levantar la cortina,
atender a los dueños de autos más madrugadores o más
necesitados, iniciar los primeros diagnósticos para determinar los ritos más adecuados a los efectos recupérate
rios, lle