Alondra no fue a trabajar a la agencia, casi una semana entera. Se encerró en su apartamento, y no quiso salir por varios días. Yo no sabía qué hacer.  El trabajo se acumulaba, teníamos contratos importantes y yo no sola no podía cumplir con nuestros numerosos clientes. Fui a buscarla no una, sino infinidad de  veces a Alondra, pero ella ni siquiera me abría o contestaba mis llamadas. Continuó llorando, imagino, tumbada en su cama, sintiendo que todo el hermoso y delirante futuro que ilusionó tanto al lado de Joan, se había derrumbado como un castillo de naipes.
  -Yo voy hablar con ella, no te preocupes-, me dijo Rudolph cuando me besaba apasionado, acariciando mis piernas, mis brazos, engolosinado con mis encantos.
  -No te abrirá la puerta-, le advertí, pero él estalló en risas.
  -Yo tengo la llave para entrar a todas las casas ja ja ja-, siguió riendo. Era verdad. Mi marido era un fantasma. No había pared o puerta que se le interpusiera en el camino.
  -Tú lo que quieres es verl