Las cicatrices todavía marcaban la espalda de Asher como testimonio silencioso de su lealtad quebrantada. Aunque su condición de cambiaforma debió haber sanado aquellas heridas hace tiempo, la profundidad de los latigazos, y lo que representaban había dejado una huella más honda que la carne. Su lobo, en señal de resistencia, no permitía que desaparecieran por completo dándole un recuerdo de porque debían poner sus fauces en la garganta de Draven.
Desde la caída de Aleckey, tanto Asher como Taylor, los únicos betas presentes en la manada habían cargado con el peso de los entrenamientos. Lo que antes era un programa voluntario y honorable para servir a la manada, ahora era una orden obligatoria dictada por Draven: todos los cambiaformas deben ser entrenados bajo disciplina de guerra. Mano dura. Sin excepciones. Sin clemencia.
Taylor seguía cumpliendo esas órdenes… no por miedo a Draven, sino por proteger a quienes amaba. Isolde, quien ya no estaba embarazada: su cachorro había nacido h