KAELA:
Mientras era arrastrada una vez más, como el día en que llegué y vi morir a mi padre por los traidores que nos atacaron, veía cómo ahora hacían lo mismo con Kaesar. Aunque se había convertido en su lobo Kian, seguía siendo apuñalado una y otra vez hasta caer ensangrentado e inerte en la nieve. Todo por no escucharle.
—¡NOOOOO! —grité con todas mis fuerzas ante la risa burlona de Arteón, que ordenaba que acabaran con él—. ¡Juro que me las pagarás, no creas que has ganado! —Ya lo hice, princesa. No debiste resistirte aquel día en el bosque; ahora mi primo no habría muerto, ni toda su manada —me dijo con una sonrisa triunfadora. —¿Qué quieres decir con toda su manada? —pregunté con incredulidad, recordando que solo habíamos puesto a salvoKAELA:Laila se quedó en silencio; podía sentir que estaba rebuscando en todo lo que conocíamos sobre los Alfas Reales y lo que nos había enseñado nuestro papá, hasta que la escuché revolverse inquieta antes de contestar. —Nadie puede eliminarla —Laila se detuvo un momento—. La marca de un Alfa Real es definitiva, pero... —su voz tembló ligeramente— si intenta marcarnos, el dolor será insoportable. Nuestro cuerpo rechazará la nueva marca como un veneno. Enfermaremos casi hasta morir cada vez que lo intenten; será una gran tortura, Kaela. Me estremecí al escuchar su respuesta. Los guardias seguían arrastrándome por el bosque nevado, y podía sentir cómo la distancia con Kaesar comenzaba a afectarme físicamente. Pero al menos estaba vivo, eso era lo importante; sin importar dónde me llevara
KAESAR:Me puse de pie de un salto, decidido a ir por mi Luna; sin embargo, con la misma velocidad que me había levantado, caí. Mi cuerpo parecía estar ardiendo por dentro, mis músculos se contrajeron dolorosamente, grité con todas mis fuerzas hasta perder el conocimiento. No sé cuánto tiempo estuve así. Cuando desperté, sentí a mi Beta, Otar, a mi lado respirando con dificultad. —Mi Alfa, despierta y toma un poco de agua —me llamaba mientras acercaba un vaso a mis labios, que se sentían muy resecos. Apenas podía ver, y todo me daba vueltas—. Tienes que intentarlo, mi Alfa, para que te recuperes. —Otar, ¿cuántos días he estado así? —logré preguntar. —Más de dos semanas. ¿Qué sucedió, mi Alfa? ¿Quién te hizo esto? —pregunt
KAELA:No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. Cuando desperté, me encontraba desnuda sobre una enorme piedra, cubierta de hierbas y olores insoportables. Figuras oscuras me rodeaban, pero no lograba verlas con claridad. La marca en mi cuello pulsaba dolorosamente, mientras sentía a mi loba Laila esforzándose por mantenernos vivas.—¿Qué sucede, Laila? —pregunté, manteniéndome inmóvil para que no se dieran cuenta de que había recobrado la conciencia.—Los brujos han intentado de todo para debilitar la marca de Kian, pero han fallado. No los he dejado, —me respondió enseguida—. Gracias al cielo que despertaste. Estoy agotada, Kaela. Hemos estado aquí una semana y es lo mismo.—¿Y Arteón me...? —me detuve, sin querer decirlo, pero no hacía falta con Laila; ella escuchaba todo lo que pensab
KAELA: Papá me había obligado a volver. Después de tantos años viviendo entre humanos, lo exigió. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me convertí en loba que ya ni siquiera recordaba cómo se sentía. Me había despojado de mi esencia con tal de cerrar las heridas. Por desgracia, jamás logré que sanaran. El camino hasta la casa estuvo marcado por el silencio. Una figura esperaba en el porche: mi madrastra Artea. De lejos, su sonrisa parecía un intento forzado de cordialidad. —Vaya, pero si no es nuestra lobita perdida —dijo, cruzando los brazos—. Pensé que llegarías antes. No respondí. No iba a darle el placer de provocar una reacción. Subí los escalones mientras ella me observaba. Sin dejar de sonreír y con el tono de quien emite una sentencia, lanzó lo que ya sospechaba: —¿Lista para casarte? ¿Te acuerdas de lo que es ser una loba? Ahí estaba el verdadero motivo por el cual mi padre había insistido tanto en que regresara. Mis dedos se crisparon, pero hice ac
KAESAR: Mi lobo, Kian, no me dio tregua durante todo el día. Desde el amanecer, se retorcía con una inquietud que no lograba descifrar. Su urgencia crecía con cada minuto, impidiéndome concentrarme, mucho menos disfrutar de la cena que me había servido. Al final, me rendí. Me transformé, dejando que Kian tomara el control. La ventisca era cruel, la nieve caía con fuerza, cubriendo cada centímetro del bosque. Pero Kian corría con determinación, sin importarle el frío que cortaba como cuchillas ni las ramas que arañaban mi pelaje mientras pasábamos a toda velocidad entre los árboles. Sabía a dónde iba, aunque me costara admitirlo. Reconocía esa dirección. A cada zancada, la verdad se volvía más clara en mi mente: el refugio de la madre de Kaela. Mi respiración se agitó. ¿Había vuelto? ¿Después de tantos años buscando señales, podría ser cierto? El pensamiento me estremeció tanto que incluso Kian disminuyó su marcha un instante. Recordé aquel pacto con el Alfa Ridel, su padre. La
KAELA: Me arrastraban sin contemplación por el bosque nevado. Estaba atrapada; me habían colocado un collar de plata desde el momento en que me agarraron. Las lágrimas rodaban por mis mejillas al recordar la imagen de mi padre desangrándose sobre la nieve, con su mirada dorada fija en mí. Con cada paso que daba, la rabia crecía más intensa en mí. Laila, mi loba, luchaba por salir, pero el maldito collar no la dejaba. ¡Estaba atrapada! De pronto, un formidable rugido hizo temblar el bosque. Era un Alfa Real; lo conocía porque era igual al que recordaba de mi padre.—¿Y ese terrible gruñido? —preguntó un lobezno asustado.—Es uno que nadie quiere escuchar —respondió el jefe—. ¡Es un Alfa Real! —¿Y eso qué es? —preguntó de nuevo.—Una raza de lobos que no quieres conocer. ¡Deja de preguntar y corre! —El tirón en la cadena me hizo seguirlos. Otro rugido volvió a estremecer el bosque, más fuerte, más cercano. Lo sentí atravesar mi pecho como una llamarada en lo más profundo de mi ser.
KAELA: El collar de plata era más que un simple grillete; sentía cómo estaba absorbiendo mi esencia misma con cada minuto que pasaba en mi cuello, debilitándome. Y lo peor era que no dejaba que mi olor fuera percibido por otros. Mi compañero que me estaba buscando no podría encontrarme. Me habían traído al palacio del alfa Kaesar, mi prometido y asesino de papá. Por un instante, temí que me hubieran atrapado para otra cosa. —¡Más rápido, inútil! —me gritó la Delta Tara, jefa de la servidumbre, mientras yo fregaba el suelo del gran salón—. ¿Acaso piensas que tienes todo el día? El dolor en mis rodillas era constante, pero no levanté la cabeza. Un silencio pesado impregnaba la habitación cuando un par de tacones afilados resonaban con autoridad. —Esa es la Luna Artemia, madre del Alfa —susurró la omega Nina a mi lado. La Luna Artemia avanzaba con firmeza. Llevaba un vestido negro perfectamente ajustado que contrastaba con la perturbadora palidez de su piel, mientras sus ojos
KAELA: Me obligó a ponerme de pie. Parecía que el tiempo se ralentizaba. Cerré los ojos, evitando mirarlo, esperando que su garra destrozara mi garganta como hicieron con papá. Pero solo escuché un "clic" y luego el collar cayendo estrepitosamente al suelo. Mi respiración se detuvo, en algún lugar entre el pánico y el alivio, mientras la fría presión que había llevado durante tanto tiempo se desvanecía. El enorme hocico de Kian se hundió en mi cuello, y aspiró con todas sus fuerzas mientras yo rezaba aterrada. —Mi Luna… —ronroneó Kian. Antes de que pudiera reaccionar o siquiera escapar, sus brazos me envolvieron como grilletes peludos. Me apretó contra su pecho, y en un rápido movimiento, me alzó y entró en su habitación conmigo entre sus brazos, cerrando con un portazo. —Estás a salvo, mi Luna, estás a salvo —murmuró con una convicción que me pareció desconcertante. En ese instante, todo pareció oscurecerse. Estaba aterrada, todo era sombrío e imponente. Las paredes exu