La mañana comenzó con una extraña quietud. El cielo se cubría con nubes grises que difuminaban la luz del sol, y el viento apenas rozaba los ventanales de la mansión. Ava despertó con una sensación punzante en el pecho, como si una advertencia silenciosa se hubiese colado en su subconsciente durante la noche. Sin embargo, no dejó que eso arruinara el inicio del día.
Se levantó sin hacer ruido, cuidando de no despertar a Ethan, aunque para entonces él ya no estaba en la cama. Un mensaje en su teléfono le confirmaba lo que la noche anterior él mismo le había dicho: “Salgo temprano, tengo que firmar unos documentos importantes. La reunión es larga. Si necesitas algo, llámame.”
Ava soltó un suspiro breve, pero no de fastidio, sino de resignación. Sabía que Ethan trabajaba incansablemente por su empresa y por mantener a salvo a su familia, y no podía reprocharle nada. Se puso una bata de seda clara, ató el cinturón con firmeza y se dirigió a la cocina. El sonido de las pequeñas risas prove