Ethan había dejado de contar los días. No porque no le importaran, sino porque dolían. Desde la desaparición de Ava, el tiempo había perdido significado. Las manecillas del reloj se movían, el sol salía y se ocultaba, pero para él todo era igual: un eterno abismo sin ella. Al principio había intentado buscarla con desesperación, pero conforme los días se volvían semanas, y las semanas meses, su esperanza se convirtió en hielo. Se endureció, se volvió distante. La calidez que una vez Ava le despertó, había desaparecido con ella.
El cambio era evidente para todos. Ethan Moerou, el magnate reconocido por su astucia y temido por su frialdad en los negocios, había regresado a su estado original. Aún más implacable. Sus empleados temblaban con cada instrucción, sus decisiones eran tajantes, y su tono, cortante como una navaja. Ni siquiera Arthur, su asistente y amigo de años, lograba suavizar su humor. Cada intento de conversación personal era recibido con silencios incómodos o respuestas f