El día estaba acabando y Ava y Ethan no habían vuelto aún. Para Arthur, eso no significaba una buena noticia. No cuando dos pequeños huracanes llamados Donkan y Adrián estaban sueltos en la mansión.
Arthur, siempre impecable, serio y vestido con trajes perfectamente planchados, intentaba concentrarse en su trabajo. Se encontraba en la elegante sala que usaba como oficina improvisada dentro de la mansión de Ethan, revisando documentos con un café en la mano.
Sin embargo, la paz no duró mucho.
—¡Arthur! —gritó Donkan con una sonrisita traviesa mientras corría hacia él.
Arthur frunció el ceño y giró la cabeza con irritación.
—¡Dios mío, no grites, Donkan! Estoy ocupado. Ethan me ha encargado que prepare los documentos de la reunión de mañana.
Adrián, con su carita de niño inocente (pero en realidad, era un demonio disfrazado de angelito), jaló la manga del saco de Arthur con insistencia.
—Arthur, Arthur, Arthur…
El asistente suspiró pesadamente, ajustó su corbata y le dirigió una mirada