Después de un momento de paz, Arthur decidió ignorar el café y concentrarse en los documentos. Se sentó, tomó su pluma y comenzó a firmar papeles, disfrutando del silencio.
—Bien, al menos aquí no pueden hacer nada…
Pero apenas terminó de decirlo, sintió algo raro en su asiento. Intentó levantarse y su cuerpo apenas se movió. Frunció el ceño, hizo más fuerza y sintió un tirón incómodo en la parte trasera de sus pantalones. Se inclinó hacia adelante con dificultad y trató de despegarse de la silla, pero era como si estuviera fusionado con ella.
—¡Oh, por Dios! ¡Estoy pegado!
Menciono de forma dramatica… Las carcajadas infantiles llenaron la habitación. Desde la puerta, Donkan y Adrián se sostenían el estómago, doblándose de la risa.
—¡Arthur, debes levantarte con energía! —dijo Donkan con una sonrisa traviesa.
Arthur fulminó a los niños con la mirada.
—¡Ustedes…! ¿Qué han hecho?
Adrián se encogió de hombros con fingida inocencia.
—Solo una pequeña ayudita para que trabajes más cómodo.