—¡Adrián, mi vida! ¿Estás bien?
—Papá, ven por mí. Mi mamá se fue con el hombre con el que se estaba besando ayer. Yo no quiero estar aquí. Te extraño mucho. Ya ven por mí, por favor, ya...
La voz de Adrián temblaba, como si contuviera un torrente de lágrimas contenido con esfuerzo. Cada palabra, cada sílaba que salía de su boquita, era como un dardo clavado directo al corazón de Ethan. El hombre se quedó inmóvil por una fracción de segundo, como si el tiempo se hubiera detenido. Luego se puso de pie con un impulso tan brusco que la silla sobre la que estaba sentado cayó al suelo con un golpe sordo.
—Mi amor, tranquilo. ¿Estás enfermo? ¿Te sientes mal?
—No estoy enfermo, pero ya no quiero estar aquí. Ya no quiero estar sin ti, papá...
Ethan apretó los dientes. El temblor en su hijo no era de fiebre, era de abandono. La angustia del pequeño se colaba a través del teléfono, quebrándolo todo. Entró corriendo a su habitación, abrió los cajones con torpeza mientras sujetaba el teléfono ent