Adrián seguía temblando en los brazos de Ethan. El hombre no dejaba de acariciarle el cabello con suavidad, con su respiración agitada, y el corazón palpitándole con fuerza. Sentía como si el mundo estuviera a punto de venirse abajo, pero, a pesar de todo, nada lo haría soltar a ese niño. No después de todo lo que había pasado. Después de todo lo que había visto, de todo lo que había hecho por él. No. No iba a perderlo ahora.
Sin embargo, la calma que había intentado construir en su mente, esa sensación efímera de seguridad, se rompió en mil pedazos cuando desde lo alto de las escaleras, la voz que más detestaba en ese momento resonó, como un rugido de tormenta.
—¿Qué crees que estás haciendo? —gritó Helena, su tono era afilado como cuchillas.
Ethan levantó la cabeza con los ojos entrecerrados, y un escalofrío recorrió su columna vertebral al ver a Helena bajando los escalones. Su presencia era aterradora, no solo por la furia que se reflejaba en su rostro, sino por esa energía desb