El aire frío de la tarde golpeaba el rostro de Ava con la brutalidad de una tormenta en pleno auge, sus respiraciones eran rápidas y entrecortadas, sus pies apenas tocando el suelo mientras avanzaba sin rumbo fijo. Cada paso era una batalla contra su propio cuerpo, como si intentara escapar de algo invisible, pero mucho más grande que ella. El dolor dentro de su pecho era un peso insoportable, cada inhalación era una lucha para no perderse en la oscuridad de sus pensamientos. Las lágrimas caían sin control, deslizándose por sus mejillas y cayendo al suelo, como si fueran la manifestación de un sufrimiento sin fin. Su visión estaba nublada, borrosa por la sal de su tristeza, y sus pensamientos eran un torbellino de desesperación que no lograba controlar.
El eco de sus pisadas resonaban en la calle desierta, como si el mundo a su alrededor se hubiera desvanecido. El frío calaba en sus huesos, pero era el dolor interno el que la consumía por completo, un dolor que no parecía tener fin, un