Hay un momento, justo antes de despertarse del todo, en el que no se sabe si lo que una siente es parte de un sueño… o si ya está ocurriendo.
Eso me pasa ahora.
Siento unas manos cálidas, fuertes, que me envuelven con cuidado. Un brazo bajo mis rodillas, otro rodeando mi espalda. Un cuerpo tibio que se inclina hacia mí. El olor familiar que me atraviesa como un suspiro.
Hernán.
Podría seguir dormida y saber que es él. Por cómo me sostiene. Por cómo me aprieta contra su pecho sin apurarme, como si cargarme fuera algo que hizo toda la vida.
—Shh... solo duerme —susurra, cerca de mi oído, con la voz ronca de quien tampoco ha dormido mucho.
Abro los ojos. La sala está en penumbra, bañada por la luz suave de las luces de neón que entra por las cortinas entreabiertas. A mi alrededor, sigue el campo de batalla de la pijamada: tazas vacías, almohadas desparramadas, Marina roncando envuelta como un burrito en una manta de flores. Vera y Nora duermen en los sillones del otro lado, inmóviles. Pa