Leonardo se encontraba sentado en el asiento trasero de su coche mientras el paisaje de Nueva York se deslizaba lentamente. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, le parecía ajena en ese momento. Tenía su mente fija en la visita que estaba a punto de hacer. Había decidido ir a ver a Fabriccio, uno de los miembros más veteranos de la junta, para intentar entender qué había sucedido en la última reunión. Fabriccio era un hombre con una trayectoria impecable y con una influencia que ningún otro miembro de la junta podía igualar. Si alguien podía darle respuestas, era él.
El coche se detuvo frente a una casa elegante y clásica en el Upper East Side. El edificio, de estilo neoclásico, estaba rodeado de jardines perfectamente cuidados, con altos setos y una fuente pequeña que reflejaba la luz del atardecer. El chofer abrió la puerta para que Leonardo saliera, y este, ajustando el cuello de su abrigo, se dirigió hacia la entrada principal.
La puerta se abrió antes de que pudiera tocar