Capítulo 3

Abrí la boca ofendida, esperaba un contra ataque, no creía que fuera uno tan fuerte y sin poder detenerme le di una bofetada. Los ojos de Jackson chispearon de rabia, se quedó estático donde estaba y apretó sus puños con fuerza, quería hacer mucho más que solo tomarme de la cara y no supe por qué eso me llevó a imaginarme cosas que no debía, y menos con él, así que sacudí mi cabeza para deshacer esos pensamientos.

—¿Jamás te preguntaste por qué después de que David te terminara, todos sus amigos empezaron a pretenderte? —Se sobó la mejilla mientras seguía hablando incoherencias. Para mí las eran—. David les dijo que eras tan fácil, que les apostaba a todos que un simple te quiero de cualquiera de nosotros, bastaría para que tú abrieras las piernas, y al verte en mi casa solo me pregunté si eso sería verdad.

Mis mejillas ardían de rabia y vergüenza ante las acusaciones de Jackson. No podía creer que él, de todos, fuera el que me lanzara tales insultos. Me sentía expuesta, vulnerable frente a sus palabras hirientes.

—¡Eres un desgraciado! —exclamé, con la voz temblorosa por la ira que me consumía. No podía permitir que él me afectara de esta manera, pero sus palabras encontraron un punto débil en mi armadura emocional.

Jackson me miró con una expresión de triunfo en su rostro, como si hubiera logrado su cometido al herirme con sus palabras. No podía dejar que me viera tan vulnerable, así que reuní todas mis fuerzas y le lancé una mirada llena de desprecio.

—Eres un patán, Jackson Donovan. No eres más que un niño mimado que se cree superior a los demás. Pero te aseguro que no permitiré que tus viles palabras me afecten. —Mi voz resonó con determinación, aunque por dentro estaba destrozada.

Esta vez sí se había pasado definitivamente, cerré mis puños como signó de frustración por no tener al idiota de David delante de mí y poder darle lo que se merecía. Era un pobre hablador que no imaginaba lo que podría hacer con él, si tan solo decidiera hablar de lo que pasó. Y no lo hacía por una simple cosa... los mejores y peores recuerdos los tenía a su lado. Tenía que admitir que yo era una persona demasiado promiscua antes de conocerlo, pero decidí cambiar por él y aun así me había pagado de la peor manera. 

En definitiva, dejaría de creerle a los hombres, todos eran iguales. Y pensar que lo amaba. Que tonta.

—¡Tú y David se pueden ir a la m****a! —le grité, entré a la habitación y le cerré la puerta en las narices. No quería saber nada de él o de su idiota amigo, ya estaba cansada de escucharlo.

Me recosté sobre la cama y lloré, maldita sea, era tan sensible, pero sabía que me lo había buscado, lo había provocado. Seguí llorando hasta que ya no pude más y el sueño me venció.

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Al día siguiente no fue mucho mejor, seguiría mi tortura y no sabía hasta cuando terminaría. Reina permanecía con el mismo entusiasmo de la noche anterior, que flojera. Mi desplante no la había hecho ceder conmigo y para mi mala suerte, mi padre no estaba para salvarme de la odiosa sonrisa de su mujer. ¿A caso jamás dejaba de sonreír? La verdad era que, siendo tan considerada, haciéndome el desayuno y tratándome con amabilidad solo me hacía más difícil odiarla. Era de ese tipo de personas que te caen bien apenas cruzas palabra con ella y era tan frustrante querer comportarme con indiferencia, preguntándome, ¿Por qué no podía ser una madrastra horrenda como cualquiera otra?

A medida que avanzaba la mañana, me encontraba en una constante lucha interna entre mi deseo de mantener mi distancia y mi reconocimiento de que Reina no merecía mi hostilidad. Cada gesto amable suyo me hacía sentir aún más culpable por mi actitud, pero apenas recordaba por que estaba ahí, regresaba mi actitud hostil.

Cuando llegó el momento del almuerzo, Reina preparó una comida deliciosa y se esforzó por mantener una conversación ligera y amigable a la mesa. A pesar de mis intentos por mantenerme distante, no pude evitar sonreír ante su amabilidad.

Tal vez estaba actuando condescendiente, pero cuando me sirvió un omelette de tomates con espinacas tiré el escudo frente a ella. No pude negarme, estaba segura de que papá le había dicho que era vegetariana y que ese platillo era mi comida favorita.

Por primera vez desde que llegué, me permití bajar un poco la guardia y abrirme a la posibilidad de que tal vez, solo tal vez, podríamos encontrar una forma de llevarnos bien al menos para hacer más ligera la convivencia. 

No podía creer que me estuviera ganando con comida, y la verdad era que cocinaba bien. Era un doble gancho a la cara, así que comí sin objetar. Ni siquiera me acordé de por qué la odiaba, cuando mis papilas gustativas estaban teniendo un festín. 

Cuando terminé, di las gracias. Estaba a punto de tomar mis cosas y salir rumbo a la Universidad, después de terminar de lavarme los dientes por segunda vez, cuando Reina saludó a su hijo a mis espaldas, quien bajaba las escaleras como si nada. 

Vi la hora en mi reloj, ya era tarde. Al parecer Jackson no desayunaba, pero poco me importaba si se moría por inanición. Ojalá lo hiciera. Habló el enojo que aún sentía por sus palabras del día anterior. Desvié la mirada apenas nuestros ojos se encontraron, después de lo de anoche lo odiaba mucho más.

—Jack, porque no llevas a Jia a la Universidad. —Casi me atraganto con mi propia saliva al querer negar—. Es una suerte que vayan a la misma escuela.

Reina sonrió con entusiasmo. Ella era linda, su hijo era un hijo de...

—Jia puede caminar ¿no es así? —Contestó Jackson enseguida. Apreté mis labios. No quería contestarle como era debido por respeto a Reina y la verdad es que me sorprendí mucho cuando me di cuenta de cómo estaba considerándola. Joder había caído rápido ante ella.

No me importaba que no quisiera llevarme, yo no quería que él me llevara.

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