Primero, las amenazas

Robert Landon estuvo investigando las últimas cuatro horas para saber si había alguna noticia de Palmer o de Mac, pero todo había sido infructuoso, esperaba que O’Malley, o la sargento Hu, hubieran tenido mejor suerte.

Llegó al precinto después del mediodía y antes de entrar se metió en el pequeño restaurante donde comía muchas veces, después de comer entró para ir a su pequeña oficina.

Al entrar uno de los oficiales de guardia entró a su oficina.

—Teniente, O’Malley acaba de llamar —dijo de inmediato— Consiguieron a Palmer con varios tiros en la cabeza y tiene señales de que lo torturaron antes de matarlo, el forense salió para allá con su equipo.

—¿En dónde fue eso?

—Por detrás de los almacenes abandonados en la 43, Teniente.

—Gracias, oficial.

Se levantó y salió para ir a la oficina del comisario, cuando llegó entró sin llamar como acostumbraba. Éste le miró y dijo:

¿Qué ha sucedido? —preguntó de inmediato.

Landon le dijo lo que le habían informado.

—Esto no me gusta para nada, dile a O’Malley y a Hu que se vengan de inmediato, no los quiero en las calles —dijo con tono severo, de esos que no admiten réplica— Y creo que a tí te voy a poner bajo protección federal.

—No, por favor, Jefe —le dijo entre protesta y súplica— Creo que estaré mejor aquí donde pueda ayudar y no escoltado como un maldito testigo de cargo.

—No quiero correr riesgos, Landon.

—Está bien, jefe, pero deme un día para ver si lo que ha pasado es producto de lo que sospechamos o sólo es una casualidad,tenemos que conseguir a Mac.

—Así es, avísale por radio a Hu que venga —le dijo su jefe.

—No me han entregado mi radio aún, comisario, pero le pediré a los muchachos de control que la llamen.

—Está bien, pero date prisa, no estoy para nada tranquilo.

Landon salió para cumplir la orden, mientras iba estaba reflexionando sobre lo preocupado que veía a su jefe. Él sabía que, como policía, se corrían riesgos, pero no se esperaba nada de represalias, al fin y al cabo, solo habían puesto preso a uno de los capos de la ciudad, pero no tenía porqué ser el fin del mundo.

«Creo que el jefe se está ablandando» —pensó para sí.

Aunque el comisario se había enfrentado a pandillas de barrio y a los mafiosos de Nueva York en su juventud, así que mejor sería que escuchara su consejo.

Les pidió a los muchachos que llamaran a la sargento Hu y luego se fue a su escritorio para seguir revisando los papeles de la detención y las pruebas que había encontrado. A pesar de que habían bastantes elementos condenatorios para encerrar a Luc Rodson, no quería que se le escapara nada.

El fiscal del distrito ya le había dicho que él iba a declarar en el juicio, así que tendría que estar listo, porque el abogado de la defensa no escatimaría ningún esfuerzo por demostrar la inocencia de su defendido y en el ínterin trataría de que se contradijera o que dejara un resquicio en los argumentos para él ensañarse con él.

El mismo oficial que le había anunciado lo de O’Malley entró de nuevo en su oficina para informarle que la teniente Hu se había reportado y que había conseguido a Mac escondido en unos galpones abandonados del viejo muelle, pero que lo estaba llevando a una de las casas de protección porque este no quería ir a ningún otro lado.

Les dijo que vendría después de dejarlo con uno de los oficiales de custodia para luego regresar al precinto para reunirse con él.

—¿Y qué se sabe del detective O’Malley? —le preguntó de pronto.

—Él ya viene en camino, jefe. Dijo que llegaría en una media hora, teniente.

—Gracias, oficial. Mantengan el contacto con la sargento Hu, si pregunta le dice que es una orden mía, pero quiero que le hagan seguimiento cada quince minutos o media hora máximo ¿De acuerdo?

—Sí teniente, lo haremos así, con permiso.

El joven oficial salió y él se quedó metido en sus papeles preparándose para la audiencia del día siguiente. Cuando había transcurrido poco más de media hora, el detective O’Malley entró en su oficina y se dejó caer en una de las sillas de la oficina.

—Eso estuvo feo, teniente —esas fueron las primeras palabras que habló apenas cayó en la silla.

—¿De veras? ¿Qué puede tener de raro un ajusticiamiento? Es posible que Palmer haya sabido más de lo que nosotros creemos.

—No fue solo un ajusticiamiento, teniente, ¿Quieres que te cuente todos los detalles? —le preguntó.

—Mejor no, dejemos los detalles horrorosos para cuando nos reunamos con el jefe Arnold —le dijo convencido— Además Hu ya debe venir en camino.

Como si la hubiera invocado, la sargento Hu entró en ese momento al recinto y los saludó a ambos con la mano mientras entregaba unos papeles en la recepción para que los archivaran y registraran.

Cuando llegó a la oficina entró y agarró una de las sillas para sentarse también.

—¿Cómo estuvo todo eso de Palmer? —preguntó de inmediato.

—No te pongas muy cómoda, vamos de una vez para la oficina del jefe, que debe estar preguntándose la razón de porque no llegamos allí de una vez.

Se pusieron todos en movimiento para ir a la oficina del jefe.

Este le pidió los informes y allí O’Malley describió lo espantosas que debieron haber sido las torturas que usaron para sacarle información, en su relato dejó ver la frialdad y maldad con la que mataron al pobre viejo.

—¿Y qué me dices tú, sargento? —preguntó el jefe.

—El viejo Mac está asustado de verdad, jefe. Parece que alguien les entregó un papel con unas amenazas pero ellos no se lo tomaron muy en serio.

—¿Y que hicieron el papel?

—Lo botaron, jefe, porque lo consideraron una tontería.

—Y que decía el papel?

—Decía, “ustedes estarán muertos pronto”

En eso tocaron la puerta de la oficina del comisario quien autorizó para que entraran.

—Jefe, acaban de traer este sobre a la recepción y dice que es para el departamento —dijo la muchacha entrando.

Arnold tomó el sobre y lo abrió extrayendo un papel escrito con recortes de letras de periódicos y que solo tenía una frase.

“uStEdEs EsTaRáN mUeRtOs PrOnTo”

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