Lorena se quedó en silencio durante unos segundos.
De repente se rió, —No es así. Ella me hizo esto por tu culpa.
Polo la miró profundamente y sonrió con impotencia, —¿Es culpa mía?
Las dos se sonrieron y Lorena se apartó despreocupadamente un pelo de la oreja.
Polo se levantó, y pagó la cuenta, —Jefe. Ya estamos llenos. Gracias.
Sonrió amablemente.
El jefe se quedó helado, —Espere. Aún falta un plato.
—De nada. Gracias, nos vamos. —sonrió y cogió la bolsa de Lorena por ella antes de salir.
Llevó a Lorena a su casa y luego se fue.
El ama de llaves saludó a Lorena: —Señorita, ¿tiene hambre? Voy a prepararle algo de comer.
Lorena sacudió la cabeza, —No hace falta. Gracias.
—Sí.
Lorena volvió a la habitación y vio el diamante rosa que Fiona había dejado sobre su escritorio.
Lo cogió y lo observaba, «¡Con razón todo el mundo ama los diamantes!»
Hizo una foto y se la envió a Fiona: [¡Gracias, mamá!]
Fiona: [¡Buenas noches!]
Lorena guardó el diamantes en la caja fuerte, con l