El suave murmullo que escapó de los labios de Camila fue casi un suspiro, provocado por el calor que sintió a su espalda. El brazo fuerte de Alejandro la rodeaba con naturalidad, como si quisiera protegerla incluso en sueños. Una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro: todo lo que había temido la noche anterior se desvanecía ahora entre el aroma de su piel y el ritmo tranquilo de su respiración.
—Estuve con papá —le dijo Alejandro en voz baja, rozando sus labios con los de ella—. Hablamos de la expansión, de la empresa... No tienes por qué preocuparte, amor. Sofi se ha encargado de todo mientras yo no estaba.
Camila apenas escuchaba sus palabras. La calidez de aquella cercanía, el tono grave de su voz, y la forma en que sus dedos recorrían su piel la hacían olvidarse del resto del mundo. Todo se reducía a ellos, a ese instante suspendido entre deseo y ternura.
—¿De verdad? —murmuró ella, jugando con el cuello de su camisa, su voz teñida de una dulzura casi infantil.
Alejandro respo