Se levantó despacio, tomó su bastón que descansaba junto al sofá y comenzó a caminar, guiándose por el sonido suave de las puntas que golpeaban el suelo. Alejandro no apartó la vista de ella ni un segundo, siguiéndola con la mirada hasta que su silueta desapareció tras la pared que separaba la sala de estar del pasillo. Sabía perfectamente que se dirigía a su habitación.
Soltó un largo suspiro. Había tanto que no sabía de Valentina… Siempre la había visto solo desde la superficie, sin imaginar cuántas tormentas ocultaba en su interior.
Las palabras de su madre regresaron entonces, con la misma tristeza que las envolvía la primera vez que las oyó:
—Quizá ella no quiso hablar ni discutir contigo, y terminó aceptando que te casaras de nuevo por eso, Alejandro. Si yo fuera Valentina, también me habría derrumbado al saberlo. Tal vez ya no habría tenido fuerzas para seguir.
Alejandro se quedó en silencio. Nunca pensó que la resignación de su esposa tuviera raíces tan profundas.
Mientras tan