San Francisco:
Aunque Laurent siempre había querido visitar aquella ciudad, jamás había pensado llegar allí con un hijo de dos semanas y un marido, ni ir a vivir a una elegante casa cerca de la bahía.
La casa de Kevin… y también la suya, pensó mientras frotaba su alianza con el pulgar en un gesto nervioso. Sabía que era absurdo sentirse incómoda porque la casa fuera grande y preciosa, y que resultaba ridículo sentirse pequeña e insegura al notar la opulencia y el poder que se respiraban en el aire, pero no podía evitarlo.
Al entrar en el vestíbulo, deseó con desesperación volver a la calidez hogareña de la pequeña cabaña.
El día que se habían ido de Colorado había empezado a nevar otra vez, y aunque le encantaba la suave brisa primaveral y los pequeños brotes de las plantas en California, descubrió que echaba de menos el frío y la ferocidad de las montañas.
—Es preciosa —consiguió decir, mientras seguía con la mirada la suave curva ascendente de las escaleras.
—Era de mi abuela, la co