Respiré profundo.
―Está bien ―acepté―. Ahora duerme, por favor. Ya está amaneciendo y debes estar muy cansado.
―Tú también.
―Eso haré ―Traté de alejarme, pero no me soltó―. Pero no en esta posición. Me incomoda en el brazo.
Me dejó ir.
Era una pequeña mentira, una piadosa.
Él tenía que dormir. Yo también lo haría, pero después. Primero, tenía que ocuparme de otras cosas. Debía verlo. No, mejor dicho, lo necesitaba.
Una vez que Derek cayó en el país de los sueños, me vestí. Algo ligero. Fui a la cocina y le pedí a la cocinera que me preparara algo de sopa en el desayuno.
―¿Tiene una bandeja que me preste? ―Le pregunté.
Me entregó una.
En ella puse: toallas, agua fresca, un tazón y un botiquín de primeros auxilios.