Descansé la espalda contra la puerta, sintiendo la vibración de los golpes y mi corazón latir con prisa, a punto de salirse de mi pecho.
―Erika, escuché cuando entraste. Abre. Necesitamos hablar.
Mantuve la calma. Yo; estaba en una habitación con seguro y con mi peso funcionando de refuerzo. Él; estaba del otro lado de la puerta con sus bolas adoloridas. No lograría entrar.
―¡No tengo nada que hablar contigo, infiel! ―Le grité.
―¡Erika, no te he sido infiel! ―gritó, pero su voz no era potente como de costumbre. Me preguntaba si la voz le cambió por el golpe en las pelotas o porque no quería que sus empleados escucharán―. Sal para que hablemos de esto. Creo que algunas de las infusiones que estás tomando te crea alucinaciones, porque estás diciendo puras incoherencias.
¿Me estaba llamando loca?
―Yo sé perfectamente de lo que estoy hablando. No dejaré que me trates de loca. ¡Y que no se te olvide que estoy tomando esas infusiones por tu culpa!
―Erika ―respiró profundo, usando un to