Leander y Elisa iban rumbo al auto, cuando Sonia los llamó.
La mujer se acercò.
—¿No vas a despedirte, hijo?
Leander rodó los ojos.
—No me voy al fin del mundo, es solo un fin de semana, volveré pronto.
—Le avisaré a tu abuelo, él no pudo venir a la fiesta, se ha sentido enfermo, pero ha dicho que cuando vuelvan, hará una cena para celebrar su matrimonio.
Ana abrazó a Leander, él sonriò.
—Cuídate, hermano.
—Lo haré.
Elisa no dijo nada, subió al asiento del copiloto cuando Leander quien le abrió la puerta. Él también subió al auto y condujo, alejándose del lugar.
Ana entró en el salón, buscó a su esposo, pero al verlo bailando con otra mujer, sintió celos y rabia.
«Es mi culpa, porque no he aprendido a bailar y no soy tan hermosa como todas esas mujeres», pensó.
Sonia se acercó a su guardia favorito Gustavo.
—¿Está feliz ahora, señora?
La mujer sonrió.
—Muy contenta, al fin la paz está en mi vida; mi querido Leander se ha recuperado, y será el dueño de toda la herencia Moctezuma; ahora