El olor a sangre y pólvora saturaba el aire, espeso como una tormenta sin descarga. El jardín de la villa Bellandi era ahora un cementerio improvisado, con cuerpos esparcidos entre los restos calcinados de la boda que apenas fue. Pero no había tiempo para lamentos. No para Fabio.
—¡Dante! ¡Aguanta, por favor, no cierres los ojos! —gritó mientras apretaba el cuerpo inerte de su jefe contra su pecho, con las manos ensangrentadas y temblorosas.
El auto negro chirrió al tomar la curva a toda velocidad. Atravesaron los portones del hospital privado, y no bien se detuvo, Fabio salió con Dante en brazos como si no pesara nada, como si la adrenalina lo hubiese vuleto de acero.
—¡Ayuda! ¡Es Dante Bellandi, joder, que alguien lo atienda ya!
Puertas corredizas. Gente herida por todas partes. Gritos. Camillas chocando. Hombres de la Camorra con vendas improvisadas, miembros de la Cosa