Dante estaba despierto, recostado de lado, con el torso desnudo y el cabello alborotado cayéndole sobre la frente. Observaba a Svetlana dormir, con los labios entreabiertos y una mano descansando sobre su pecho. Su respiración era tranquila, como si al fin hubiese encontrado paz en sus brazos. Y por primera vez en mucho tiempo, él también la sentía.
No había reuniones. Ni llamadas. Ni mensajes encriptados.
Por lo menos, no ese día.
Ese día, ella era su prioridad.
Extendió el brazo y presionó el botón del intercomunicador que había junto a la cama.
—Quiero el desayuno en la habitación —ordenó en voz baja—. Para dos. Y que nadie me moleste en toda la mañana.
Cuando Svetlana abrió los ojos, se encontró con los de él. Oscuros, intensos, pero con un brillo distinto… uno que reservaba solo para ella