Con dos zancadas, acortó la distancia entre ellos y la sujetó del brazo con fuerza, haciéndola soltar el cuchillo de inmediato.
—¿Qué demonios estabas pensando? —rugió, su voz fue un trueno en la estancia.
Fiorella jadeó, horrorizada por la agresividad de su tono y la intensidad con la que la miraba.
—Dante… ¿qué pasa? ¿Por qué me tratas así?
Su voz era un hilo tembloroso, pero la confusión en sus ojos no logró engañarlo.
—¡Por tu culpa! ¡Por tu maldita culpa!
Sin soltarla, la zarandeó con violencia, su autocontrol estaba pendiendo de un hilo demasiado delgado.
Fiorella soltó un grito ahogado y sus uñas se clavaron en la piel de su propio brazo en un intento desesperado por liberarse.
—¡Suéltame, Dante! ¡Me haces dañ