La tensión en la sala era asfixiante.Dante se encontraba en la gran mesa de roble macizo de su despacho, rodeado de los líderes de los clanes aliados. El aire olía a tabaco, cuero y un leve rastro de whisky caro, pero sobre todo a peligro.Los hombres estaban inquietos, furiosos. Y con razón.Perder un cargamento de esa magnitud no era solo una cuestión de dinero, era un golpe directo a la reputación de Dante Bellandi.El primero en hablar fue Salvatore Ricci, de San Luca, su voz fue profunda y cargada de desconfianza.—¿Qué demonios está sucediendo, Dante?Dante se mantuvo impasible, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos con calma estudiada.—No tengo la más mínima idea.—Primero lo de Enrico y ahora esto… —comentó Giancarlo Ravetti, de Limbadi, su mandíbula tensa.Dante exhal&oacu
Ya pasaba de la medianoche y sobre la mesa de cristal descansaban dos botellas de whisky, la segunda más vacía que llena. Dante no solía beber hasta perderse en la embriaguez, pero esa noche lo necesitaba.El ardor del alcohol aún le quemaba la garganta. Su cuerpo, normalmente tenso y controlado, estaba pesado, aturdido. Por primera vez desde que asumió el liderazgo del clan, sentía que el control se le escurría entre los dedos.Mierda.Se restregó la cara con ambas manos, soltando un suspiro frustrado. Nada de lo que hacía parecía suficiente. Siempre había tenido una solución, siempre había tenido una estrategia, pero ahora… era como estar atrapado en un laberinto sin salida.Con movimientos torpes, se levantó del sillón de cuero, tambaleándose ligeramente. El alcohol hacía estragos en su equilibrio, pero no en su maldita cabeza. Sus pensamientos seguían ahí, clavándose como espinas en su piel. Dolían.Llegó hasta la cama y se dejó caer con pesadez, el colchón se hundió bajo su cuer
El dolor en su cabeza era un martilleo implacable. Como si mil demonios golpearan su cráneo desde dentro.Dante entreabrió los ojos con pesadez, cegado de inmediato por la luz intensa que se colaba entre las cortinas mal cerradas. Gruñó, llevándose una mano al rostro. El maldito sol le estaba anunciando que el día ya estaba avanzado, y con eso, llegaba la conciencia de que había dormido demasiado.Con un esfuerzo perezoso, alargó el brazo y tomó su teléfono móvil de la mesa de noche. Las cifras en la pantalla le hicieron fruncir el ceño.3:47 P.M.—Mierda… —murmuró con voz ronca.Se incorporó con rapidez, tirando la cobija a un lado. El aire frío golpeó su piel desnuda y, por instinto, bajó la vista.No tenía ropa.Un pliegue se formó entre sus cejas. No recordaba en qué momento se había desvestido. De hecho, no recordaba demasiado de la noche anterior. Fragmentos borrosos de licor, frustración y un intento desesperado por alejar sus pensamientos le cruzaron la mente.El malestar en s
Fiorella se sentía en la cima del mundo.La noche anterior aún ardía en su piel como un recuerdo imborrable.Dante.Dante dentro de ella, Dante gimiendo contra su cuello, Dante embistiéndola con esa fiereza salvaje.Se deslizó por el pasillo con una sonrisa autosuficiente en los labios, llevando la bandeja con gracia, como si su mera existencia fuera un privilegio para quien la mirara. Se sentía victoriosa.Porque ella había estado en su cama.No esa patética extranjera de nombre ridículo, con su acento tosco y su aire de mártir.Y pronto, Dante abriría los ojos y se daría cuenta de la realidad.Esa rusa simplona no estaba a su nivel.Nunca lo estaría.Era solo cuestión de tiempo.Empujó la puerta del despacho con una seguridad felina, lista para encontrarlo detrás de su escritorio, despeinado, agotado… quizás todavía con resabios de la resaca y de ella en su piel.Pero él no estaba allí.<
El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Dante abrió los ojos. La habitación estaba en penumbras, las gruesas cortinas bloqueaban la mayor parte de la luz de la mañana, pero aun así, podía distinguir los contornos familiares de su espacio. Todo estaba en su lugar, todo igual que siempre.Y, sin embargo, sentía que algo no estaba bien.El peso en su pecho era molesto, como un vacío difícil de ignorar. Era un sentimiento extraño. No se trataba de los problemas que se acumulaban como una bomba de tiempo en su cabeza: la incertidumbre entre los clanes, la tensión que crecía día a día. No, era otra cosa.Svetlana.Su nombre cruzó su mente como un susurro.Dante frunció el ceño, pasándose una mano por el rostro, tratando de despejar el aturdimiento que aún pesaba sobre él. ¿Cuánto tiempo hab&ia
La ira de Dante era un fuego ardiendo en su interior, consumiéndolo con cada paso que daba.Caminaba con zancadas largas y firmes por el pasillo, con los músculos tensosyla mandíbula apretada con tanta fuerza que los dientes le dolían. Si lo cortaban en ese momento, no botaría sangre.Svetlana.Esa mujer lo iba a volver loco.Su mente aún palpitaba con el eco de la discusión, de sus respuestas frías, de su mirada vacía. Él no era un maldito estúpido. Algo estaba pasando, algo la carcomía por dentro, pero en lugar de decirle qué demonios era, se cerraba como un maldito libro prohibido.Empujó la puerta de su despacho con brusquedad, y el golpe resonóen las paredes.Fabio, que ya estaba dentro revisando algunas carpetas, levantó la vista con el ceño fruncido.—¿Ocurre algo, señor?
Con dos zancadas, acortó la distancia entre ellos y la sujetó del brazo con fuerza, haciéndola soltar el cuchillo de inmediato.—¿Qué demonios estabas pensando? —rugió, su voz fue un trueno en la estancia.Fiorella jadeó, horrorizada por la agresividad de su tono y la intensidad con la que la miraba.—Dante… ¿qué pasa? ¿Por qué me tratas así?Su voz era un hilo tembloroso, pero la confusión en sus ojos no logró engañarlo.—¡Por tu culpa! ¡Por tu maldita culpa!Sin soltarla, la zarandeó con violencia, su autocontrol estaba pendiendo de un hilo demasiado delgado.Fiorella soltó un grito ahogadoysus uñas se clavaronen la piel de su propio brazo en un intento desesperado por liberarse.—¡Suéltame, Dante! ¡Me haces dañ
Fiorella irrumpió en su habitación como un huracán descontrolado. Su pecho subía y bajaba con violencia, su respiración eraerrática y el corazón le golpeaba en las costillas con la fuerza de un tambor de guerra. Rabia. Era todo lo que sentía. Pura, ardiente y sofocante rabia.Las lágrimas que brotaban de sus ojos no eran de tristeza, eran de ira, de impotencia, de un dolor visceral que la desgarraba por dentro.Con manos temblorosas, abrió la puerta del armario y sacó una maleta con un solo tirón, haciéndola chocar contra el suelo con un ruido seco.—¿Qué demonios estabas pensando? —La voz de su madre retumbó en la habitación, quebrada por la conmoción.Fiorella no respondió. Se limitó a arrancar la ropa de las perchas, doblándola con furia antes de meterla en la maleta.—¡Te pasaste de la raya, Fiorella! —continuó la mujer, acercándose con paso temeroso. Aún sentía en la piel el escalofrío de la muerte rozándola cuando Dante le apuntó a la cabeza con aquella pistola. Sus piernas apen