La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas, tiñendo las paredes de un ámbar suave que contrastaba con la tensión que aún se respiraba en cada rincón. No había paz verdadera en esa casa, solo una pausa. Un parpadeo antes del próximo ataque. El aire olía a café recién hecho… y a pólvora dormida.
Nadie hablaba de bajar la guardia. Nadie podía permitirse el lujo de relajarse.
Svetlana caminó por el pasillo con paso firme. Llevaba el cabello recogido en una coleta improvisada, un suéter de cuello alto y pantalones de lino oscuro. Bajo los ojos, las sombras de una noche sin dormir, pero su mirada… su mirada estaba afilada. Clara.
Ella no era una esposa en duelo. Era una líder en pie.
A su lado iba Ásgeir, ya vestido con chaqueta de cuero y pistola al cinto. Detrás, dos hombres del clan que custodiaban el ala donde Dante dormía. Nadie entraba sin su permiso.
Y nadie tomaba decisiones sin consultarla.
En la biblioteca, en el segundo piso, Erik ya los esperaba. Un mapa de Calabria est