Calabria – 01:16 AM. El vehículo blindado avanzaba entre la niebla espesa de la madrugada, devorando la carretera como un depredador cansado pero aún peligroso. Dentro, el silencio era una criatura viva. Nadie hablaba. Nadie se atrevía siquiera a respirar demasiado fuerte. El aire estaba cargado de pólvora invisible y pensamientos no dichos.
Svetlana iba en el asiento trasero, con la mirada clavada en la ventanilla. Su reflejo, proyectado en el cristal empañado, no era el de una mujer que acababa de vengarse. No. Era el de una reina que acababa de ejecutar una sentencia. No había lágrimas. No había remordimiento. Pero había un eco dentro de sus pupilas. Una herida que no sangraba, pero dolía.
A su lado, Ásgeir la observaba de reojo, sin atreverse a interrumpir ese duelo silencioso que ella mantenía con sus propios demonios. En sus años de combate, había visto a muchas mujeres fuertes… pero ninguna como Svetlana. Su furia era belleza en estado puro. Y su amor por Dante, una fuerza de d