El avión tocó tierra con un suave crujido de neumáticos sobre asfalto. El cielo estaba cubierto, las nubes grises parecían lamer el fuselaje como augurando tormenta.
No hubo controles.
No hubo funcionarios.
El andén privado pertenecía a un hombre que le debía a Dante mucho más que dinero.
Los vehículos ya esperaban.
Negros, blindados, sin placas.
Cuatro en total, y una moto que servía como escolta final.
Svetlana fue la última en bajar.
No llevaba joyas. Solo un abrigo oscuro, gafas negras y el cabello recogido con tiranteza militar.
Sus pasos eran firmes, silenciosos. Su expresión, imperturbable.
Ásgeir estaba en la base del andén. Se quitó los guantes antes de hablar.
—La caravana la escoltará al punto seguro. Desde allí, le mostraremos todo.
Svetlana no respondió. Solo asintió.
Detrás de ella, Giovanni la observó unos segundos antes de seguir al grupo.
La ubicación no estaba en ningún mapa visible.
Un viejo centro agrícola de las afueras de Campania había sido transformado en algo