La moto, empapada de lluvia y salpicada de barro, quedó oculta entre unos matorrales que ya conocía bien; un lugar usado otras veces para desvíos, encuentros y fugas. Allí lo esperaba una camioneta blindada, llegada como refuerzo, con los cristales tintados y el motor encendido. No hubo palabras. Solo el seco asentir del conductor y el golpe sordo de la puerta al cerrarse. El interior olía a cuero y pólvora reciente. Todo en esa noche era un eco de lo que acababa de ocurrir.
La lluvia golpeaba los vidrios con persistencia mientras el vehículo tomaba la autopista envuelta en niebla. Dante iba en silencio, la mirada clavada en los puntos negros que el agua dejaba resbalar por el cristal. Repasaba cada imagen. Cada disparo. Cada rostro.
El asfalto olía a tierra húmeda… y a traición.
Dante se quitó los guantes de cuero con movimientos bruscos, rabiosos, como si en cada tirón i