Cuando despertó a la mañana siguiente, Meredith y Kenny ya tenían el desayuno listo para ella. El día lo pasó tranquilo con ellos y cuando anocheció tuvo miedo de que su esposo fuera a molestarla otra vez, pero afortunadamente no se apareció en todo el día, ni siquiera para encerrarla.
Pudo dormir tranquila e ir al comedor a desayunar al otro día, aunque su sonrisa se borró al verlo allí comiendo tranquilamente. Se sentó en el otro extremo de la mesa y comió en silencio, mirándolo de reojo, aunque él ni una vez pareció fijarse en ella.
Terminó su desayuno y se retiró directo a los establos para ayudar allí y tal vez montar a Meri, pero al llegar se encontró con sorpresa a todos arremolinados alrededor de su querida yegua, que estaba postrada y con un aspecto realmente malo.
De inmediato corrió a su lado, absolutamente preocupada.
Al verla le hicieron espacio y se arrodilló junto a ella, acariciando su hocico, a lo que Meri relinchó débilmente. Su boca estaba reseca y su respiració