Alfa Dean

Observé a aquella mujer con ojo crítico, pensé que tal vez lo único que estuviera haciendo fuera fingir, y había encontrado el modo perfecto para librarse de mis pretensiones. Sin embargo, cuando unos segundos después, su madre echó a correr en nuestra dirección y la cogió entre sus brazos, me convencí de que no estaba fingiendo nada, realmente había perdido el conocimiento.

Me fijé en sus rasgos exóticos, su cabello de color azabache, su piel ahora muy blanca debido al desmayo, y su cuerpo más bien delgado, completamente extendido en el suelo de mi salón.

Aquel era el salón en el que mis padres se habían unido ante la Diosa de la Luna, y mis abuelos antes que ellos, y así,  varias generaciones consecutivas. A pesar de las muchas batallas que la manada había pasado, la casa siempre se mantuvo intacta, y eso era motivo de orgullo para toda su familia.

Yo aspiraba a que aquella desconocida se convirtiera también en mi compañera, aspiraba a que reconociera mi autoridad como Alfa, y de ese modo, acabaran las batallas entre nuestras dos manadas.

Yo no conocía a aquella mujer, y entre nuestras manadas tampoco sentíamos el conocido reconocimiento instantáneo de la pareja destinada, no, nuestra forma de unión se parecía más a la de los humanos, y gracias a ello, mis antepasados se habían unido con miembros de otras manadas que habían proporcionado suculentas ventajas a aquel territorio; mismamente, mi madre había aportado un ejército de más de dos mil lobos, que nos había ayudado a mantener la autoridad sobre la manada a pesar de las muchas incursiones de nuestra manada vecina.

Aquel territorio belicoso y desorganizado era gobernado por el tirano de Alfa Carlop, el padre de Cat.

Él sabía que tenía una importante ventaja frente a nosotros al contar con su hija Cat; aquella extraña criatura de cabellos negros había encarnado una de las leyendas más antiguas que se conocían, y siempre que sus tropas atacaban a las nuestras, se aseguraba de que su hija fuera junto a él. Teniendo en cuenta que Cat era la única loba capaz de hacer cumplir la leyenda por la cua se unirían nuestros territorios, nunca nadie se atrevió a atacar a Alfa Carlop por miedo a herir a su joven hija.

Ahora la mujer estaba allí, y su reacción tardía no estaba gustando a los miembros de su manada, que lo miraban con extrañeza. Y él, intentando reparar la situación, se arrodilló ante la mujer y su madre, que la sacudía con fuerza, mientras lloraba y murmuraba incomprensibles palabras.

- Esme, por favor, deja que tu hija descanse.

- Pero mi pequeña… mi pequeña, ¿ cómo sé que nada le ocurre?

- Esme.- dije yo tratándola con tranquilidad, pues la mujer era ya lo suficientemente nerviosa.- deja que Cat descanse, no creo que agitarla de ese modo sea bueno para ella.

- Está bien, está bien, pero tienes que asegurarme que cuidarás de ella, Alfa Dean, necesito que cuides de mi pequeña.

- Por supuesto, Esme.- dije yo aún con más calma, puesto que aquella mujer no podía contener su nerviosismo, y a mi no me extrañaba, si lo que se rumoreaba sobre su compañero era cierto.Se rumoreaba que aquel hombre autoritario la había tratado peor que a un animal salvaje, y ella,por miedo a perder a su hija, siempre aguantó a su lado. Solo huyó cuando mi manada les declaró esta última guerra, y se presentó ante nuestras puertas ofreciendo su ayuda a cambio de asilo.

Cogí el cuerpo delgado y frágil de Cat entre mis brazos, y me puse en pie. Con Cat en brazos me dirigí hacia el área privada de la manada, y me di cuenta de que aquella chica no pesaba mucho, ni siquiera me fatigaba con su peso entre mis brazos.

No tenía muy claro adonde debía dirigirme, puesto que nunca preví una situación como aquella; en mi mente, solo existían dos opciones, que ella aceptara mi autoridad, y en ese caso, la instalaría en las habitaciones destinadas a la Luna de la manada; o en caso contrario, si ella negaba mi autoridad, y por tanto rechazaba nuestra futura unión, sería encarcelada, ya que no me podía arriesgar a que mi gente me viera como un hombre débil.

Al final, parada con Cat entre mis brazos, y sin saber donde llevarla, vi como se acercaba uno de los criados más fieles, que llevaba más de veinte años a nuestro servicio, y me sugirió en voz baja:

- Mi Alfa, si me permite el atrevimiento, debería llevar a la señorita a una de las habitaciones de invitados.

- Gracias, Pere.

Me encaminé con el cuerpo aún desmayado de Cat hacia el área más alejada de las habitaciones privadas de los miembros de la familia del Alfa, y entré en una de las habitaciones libres, en concreto, la que estaba junto a la que ocupaba su madre.

La deposité sobre la cama, y vi que apenas se hundía con su peso, me preocupó que la pobre muchacha estuviera tan delgada, y me propuse pedirle a los cocineros que sirvieran menús más contundentes durante la estancia de Cat en nuestra casa.

Mientras cerraba las cortinas de la ventana para que ella pudiera descansar, la escuché murmurar, como si estuviera recuperando el conocimiento, pero no supiera muy bien donde se encontraba.

- No puedo rendirme, mi padre no me perdonaría no puedo rendirme.- murmuraba entre dientes Cat.

Así que ese era el problema que aturdía a la muchacha, no quería aceptarme por la memoria de su padre. No era tan extraño, a fin de cuentas, la guerra acababa de terminar, y su padre llevaba desparecido (presumiblemente muerto) durante tan solo unas horas.

- Tranquila, Cat, ahora no tienes que hacer nada, solo descansa.

Me fui de la habitación, cerré la puerta tras de mi, y comencé a cavilar como podría conseguir que aquella mujer tan tozuda me diera su aceptación ante todos los miembros de mi manada.

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