Mi Luna es mi enemiga
Mi Luna es mi enemiga
Por: Karen Bodouir
Cat

- Bienvenida a palacio, Cat.

La voz era grave, y seguramente cualquier persona que no conociera a Alfa Dean la habría calificado de agradable, pero a mi me revolvió todo el cuerpo su simple sonido en mis oídos. Traté de localizar al Alfa que me había llevado hasta allí a la fuerza, pero postrada en la enorme puerta del palacio, con el so golpeando mis ojos, y tan cansada que apenas era capaz de mantenerme en pie, me resultó imposible ubicarlo.

La sala de recepciones de aquel palacio era muy grande, quizá demasiado para el tamaño de aquella manada, que no superaba las dos mil personas, y aún así, aunque todos y cada uno de los súbditos de Alfa Dean estaban presentes, a mi me pareció que el salón estaba medio vacío.

Iba atada, por supuesto los guardias que me habían capturado mientras intentaba escapar, no habían querido arriesgarse a que huyera, y su señor los castigara severamente, como yo estaba segura de que ese inmenso hombre haría.

Alguien, supongo que uno de los guardias tiró de la cuerda que me sujetaba, y tuve que moverme tropezando, intentando no caerme mientras mis captores daban fuertes tirones que me hacían tambalear. Escuché la voz de mi made suplicando que no me trataran de ese modo, y me enfureció saber que ella también se encontraba allí, aunque realmente lo había sospechado desde el principio.

- ¡Guardias!- Retumbó la voz de Alfa Dean de nuevo, haciendo que éstos pararan de golpe, asustados.- dejen de arrastrar de ese modo a nuestra invitada.

- Pero señor… la muchacha intentó escapar tres veces mientras la atábamos, si la soltamos, no podemos garantizar que no huya.

- ¡Guardias! El Alfa de esta manada soy yo, y he dado una orden, ¡suelten a nuestra invitada!

Uno de ellos, bufando en voz baja, se acercó hasta mi y tiró del nudo con brusquedad, arañando aún más mi magullada carne, y haciendo que las muñecas sangraran ligeramente. Escuché el grito de mi madre al ver el estado de la piel cercana a mis manos, y no pude por menos que resoplar, aquella m*****a mujer seguro que estaba preocupada por si aquellas marcas dejarían o no cicatriz, como siempre había ocurrido desde que yo era pequeña.

- ¡Cat!- gritó el hombre de nuevo, haciendo que diera un respingo ante su tono autoritario.- acércate hasta aquí.

Barajé la opción de escapar, ahora que mis manos ya no estaban atadas, de hecho, giré la cabeza a izquierda y derecha, pero al ver gente que fijaba sus ojos en mi, creí que escapar sería un gran error, me atraparían de nuevo antes de haber llegado a la puerta, y volvería a meterme en problemas.

Así que avancé paso a paso, arrastrando mis pies cansados, y fui recorriendo el pasillo libre de gente hasta que acabé frente a Alfa Dean.

Era un hombre de un tamaño descomunal, debía de medir más de un metro noventa, era fuerte, y su mirada de ojos azules tenía un aspecto gélido que hacía que mi cuerpo se encogiera involuntariamente. Debía reconocer que había cierta apostura en su rostro, tenía la cara alargada, las mejillas marcadas, y una sombra de barba rubia las recorría.

- Bueno, Cat, ya estás aquí.

- Deja que descanse, por favor.- gimió mi madre varios pasos más atrás, y aunque no conseguí verla, supe que era ella por su voz.- apenas se tiene en pie.

- La señorita Lofwong podrá irse a descansar enseguida, querida Esme.

Yo sabía lo que él quería, no hacía falta ser muy listo para saber que el Alfa Dean solo buscaba mi aceptación, la confirmación pública de que yo lo reconocía como Alfa.

- Cat.- dijo el Alfa Dean.- ha costado mucho que estuvieras ante nosotros, ¿no estás de acuerdo?

Yo asentí, pensado en como debería actuar ante las preguntas de ese hombre, tratando de ganar tiempo. Creí que mi asentimiento lo había convencido, pero cuando vi como comenzaba a bajar del altillo en el que estaba subido,  junto a los miembros más selectos de su corte, entre los que se encontraba mi madre, me encogí de nuevo.

Bajó hasta donde yo me encontraba parada, y de pronto, ante él, con su imponente presencia, me sentí pequeña y tuve miedo de que me golpeara, quizá quisiera utilizarme como ejemplo, demostrar a todos los que estaban en aquel salón que él era el nuevo amo y señor de la manada, sin embargo, Alfa Dean levantó su poderoso brazo, y con una delicadeza que no creía que fuera posible, me apartó el pelo que sudado y sucio se pegaba a mi cara, y susurró:

- Estás preciosa, Cat, como siempre.

- Gra gra gracias.- murmuré.

- Sé una buena chica, Cat, y confirma mi liderazgo ante toda esta gente y podrás descansar en las habitaciones que te corresponden por derecho, querida.

Yo sabía de sobra a que se refería, aunque fingí no entenderlo. Sabía que desde mi nacimiento, mi pelo oscuro, tan negro como el azabache, y mis ojos negros, me señalaban como Luna de la manada.

Mi nacimiento, con esas peculiares características físicas, teniendo en cuenta que todos los miembros de la manada tenían cabellos rubios, casi blancos, y ojos azules; estaba escrito en los libros de los Antiguos. Yo nunca supe nada,al menos no hasta mis ocho años, cuando mi padre me habló de los escritos, y me dijo que como nueva Luna sería la encargada de unificar mi manada y la de al lado, territorios que llevaban siglos separados, y que al fin podían unirse de nuevo.

Ahora el Alfa Dean, que había derrocado a mi padre, después de que él le denegara el casamiento conmigo, había tomado el poder por la fuerza, y necesitaba que yo lo reconociera como Alfa para que su alzamiento se convirtiera en legítimo.  Toda aquella gente que se habia reunido en aquel salón esperaba lo mismo, esperaba que yo le diera mi aprobación, que me uniera legalmente a ese hombre y que los territorios de las dos manadas se fusionaran en uno solo.

Yo me giré, observé los rostros expectantes de toda aquella gente, y pensé en lo fácil que sería aceptar y hacer felices a tantas personas. Acabar con el derramamiento de sangre que había asolado mi manada en las últimas semanas, y cumplir con la leyenda que había marcado toda mi vida.

Volví el rostro en dirección a Alfa Dean, y al mirarlo, no pude por menos que recordar que mi padre había perdido el liderazgo de su manada a causa de ese hombre. Abrí la boca para pronunciar las malditas palabras, pero antes de poder decir nada, sentí como mis fuerzas se desvanecían, y el salón comenzaba a dar vueltas ante mis ojos.

El mundo comenzó a girar a mi alrededor, y yo me desvanecí ante los ojos de toda la manada que me observaba.

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