La cara de Félix se tornó tan siniestra que daba miedo. En tres segundos, pasó de la culpa al rencor. Luego, sonrió con calma, comenzó a desabotonarse los puños de la camisa y dejó al descubierto un tatuaje de calavera en su muñeca.
—No me importa, aunque te hayas casado, da igual.
Sacó lentamente su arma, sus dedos rozando el cañón, mientras sus ojos se fijaban brevemente en Harold, llenos de amenaza.
—Sylvie, aunque tenga que secuestrarte, te voy a llevar, cueste lo que cueste.
Al terminar de hablar, lanzó un cheque en blanco hacia Harold.
—¿Has oído hablar de la familia Valentino? Rellena la cantidad. Si no quieres morir, toma el dinero y vete. Si te vuelves a interponer en mi camino, te va a ir muy mal.
El aire se volvió pesado, y todo quedó en completo silencio. Vi a los hombres de Harold, ocultos en las sombras, apretando los puños alrededor de sus armas. Una bomba estaba por estallar.
Harold miró a Félix con desprecio y, con una sonrisa burlona, le dijo:
—¿Félix, así es como int